Opinión | Dulce jueves
Conexiones del corazón
La ‘falsa bandera’ es un arma de doble filo que, si se descubre mientras el incendio todavía humea, deja en evidencia a los descerebrados que la idearon
Aparte de la que se cuenta en sus páginas, cada libro tiene su historia. Los mejores libros para cada uno son aquellos que se recuerdan como cosas que te han pasado, no muy diferentes de las que puedas vivir en la realidad. Allí se producen las conexiones del corazón, con la parte más verdadera de lo que somos. Por eso algunos libros enmudecen en las estanterías, mientras que otros se mantienen despiertos. Unos se cierran como una concha y otros permanecen abiertos. No depende de ellos, sino de ti, porque si los recuerdas es a ti a quien recuerdas. Y de todos los que ocupan su sitio en la biblioteca sabemos a cuáles volveremos, igual que se busca la compañía de un amigo. En cada lectura se deja una cuenta pendiente.
Las novelas, como los amigos, habitan en el mundo del todavía. Creo que así lo llamaría la neuróloga Nazareth Castellanos que, en sus investigaciones sobre cómo nos narramos la vida, interpreta la memoria como la realidad de los hechos contada con la magia de las emociones. Nada de lo que vivimos o leemos queda aislado en algún lugar indeterminado del tiempo o de la mente, sino que se entrelaza en una red de otras muchas cosas, como las vivencias paralelas, la atmósfera, los olores, el paisaje, los sentimientos, el estado de ánimo. Todo lo que está presente en nuestro entorno nos influye. Nos copiamos unos de otros.
Cuanto más compleja sea esa red, más vivo permanece lo vivido y, por lo tanto, también más cambiante. Así, cada relectura es una posibilidad de comprobar cómo hemos cambiado. La experiencia puede ser exterior o interior, pero en ambos casos su procesamiento es subjetivo porque la vida se narra en primera persona. Y todo gira alrededor del corazón. «Si el latido cardiaco evoca una fuerte respuesta en el cerebro, la percepción de una experiencia estará vastamente teñida de nuestra memoria autobiográfica, aquella que se ha tejido en nuestras vivencias».
La lectura es tan potente porque es una forma de experiencia interior. Y como en cualquier tipo de comunicación, incorporamos el relato ajeno al propio. Si pienso en el verano pasado, una de las cosas que recuerdo con más placer es la lectura de Guerra y Paz, fascinado por la imaginación de Tolstoi, su poder de creación de todo un mundo tan verdadero y real. Largas tardes tras los pasos de Natasha y Pierre por los laberintos de la vanidad, la ignorancia y la disipación, acompañándolos desde lo más bajo, la insignificancia y el ridículo, hasta su destino. Y con qué paciencia y emoción el narrador y el lector los esperan, aunque los desesperen. Su aventura por los misterios de la vida, la complejidad del mundo y la conciencia de sí mismos se mezcla con la nuestra.
Y ahora puedo ver, con la misma claridad con la que veía la playa si levantaba la mirada del libro, a Pierre, alto, grueso, atravesando los campos de batalla, entre los soldados exhaustos de los ejércitos de Napoleón, caminando como un sonámbulo en medio de la niebla, con su levita y su sombrero blanco...
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