Opinión | Dulce jueves

Cosas de hombres

La noche electoral me dejó un gusto amargo y mi conclusión fue que hay que tomarse la política en serio, porque el mundo se ha vuelto tan loco y estúpido que tipos como Alvise parecen normales

Luis ‘Alvise’ Pérez, líder de ‘Se acabó la fiesta’.

Luis ‘Alvise’ Pérez, líder de ‘Se acabó la fiesta’. / Ballesteros / EFE

Según los análisis que se han hecho, el 80% de los votantes de Alvise o ‘Se Acabó La Fiesta’ tienen menos de 44 años y los hombres triplican a las mujeres. Este engendro es cosa de hombres, pero de hombres que piensan poco o piensan con lo que no hay que hacerlo, aquellos que donde debe ir una razón ponen un exabrupto, su estilo es la salida de tono en todos los sentidos. Dos ejemplos. Sobre la seguridad: «Si tenemos que meter a 40.000 tíos en prisión, los metemos, y si luego me tiene que venir la ONU a decir que estoy violando derechos fundamentales me descojono». Sobre la Ley de Amnistía: «Si el Rey de España firma algo que es contrario al marco constitucional, no está cumpliendo su tarea como rey de este país y, por tanto, la pregunta obvia y lógica de todos los españoles es ¿para qué cojones sirve el rey?». Así se habla. Sin medias tintas. 

Al parecer, eso es lo que valoran sus seguidores. Se atreve a decir lo que tiene que decir, utiliza el sentido común, se mete con todos, da caña, así espabilan. Sin filtros ni ideología. En realidad, sin ideas, aparte de un patriotismo chusquero y una delirante visión de España hecha a la medida de sus ambiciones y sus odios. Como buen populista antisistema, su gran tema es la purificación de un sistema político de corruptos y de una sociedad amenazada por pandilleros, pederastas y manadas de extranjeros violadores. Con mano dura, que los derechos civiles son de flojos. Alvise es un Nayib Bukele sin causa. Y ni siquiera tiene su glamur de ‘sport’ y barba bien recortada. Si se disfraza de Batman, parece un Joker enloquecido. Megáfono en mano, sus mítines callejeros son lecciones de fanatismo.

Pero son muchos sus votantes, cerca de un millón. Los seguidores y simpatizantes, muchos más. Yo no conozco a ninguno y hasta el domingo ni siquiera hubiera podido identificar a su líder. No sé si es algo de lo que sentirme orgulloso, quizá no, pero significa que pertenecen a una realidad diferente a la mía. Si son universitarios, son de los que no van a clase. Si se informan, no es en los periódicos. El domingo estuve en Onda Regional de Murcia en el programa de la noche electoral. Al comienzo, cuando sólo se conocían los datos de los sondeos, me dio por reñir a Belén Unzurrunzaga por mencionar a Alvise en su primera intervención. Me pareció que era darle un protagonismo que no merecía y una forma de distorsionar cualquier análisis al sobredimensionar un fenómeno que creía residual y anecdótico. Los datos definitivos me demostraron que estaba equivocado al pretender ignorar una realidad que crece día a día. Pero el reto sigue siendo cómo evitar que eso ocurra: cómo darlos a conocer sin contribuir a propagar sus ideas, cómo escucharlos sin despreciarlos, cómo respetar su descontento e incluso su ira, sin tolerar sus mensajes de odio, cómo evitar el peligro de dignificar su simpleza con el debate racional. La noche electoral me dejó un gusto amargo y mi conclusión fue que hay que tomarse la política en serio, porque el mundo se ha vuelto tan loco y estúpido que tipos como Alvise parecen normales.

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