Opinión | Pasado a limpio

En la barra de un bar

Muchos han pasado por la universidad sin que la universidad haya pasado por ellos. Esto se traduce en un analfabetismo que podemos definir como funcional, pues la carencia del más mínimo espíritu crítico se ha adueñado del foro

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

En la España de Crónicas de un Pueblo, en los estertores del franquismo, el índice de analfabetismo era notablemente superior a los países de la Comunidad Europea. Pepe el Chato, el droguero de Santa Eulalia, discutía con un parroquiano en la barra de un bar: «cagüen -le decía cogiéndolo por la pechera-, ¿me vas a decir tú que no es verdad? Te he dicho que lo he leído en el Línea».

Un vecino de Caravaca era más argumentativo en su debate: «¡Vas a saber tú más que los siete sabios de Grecia, cientos de libros y catedráticos a manta!».

Pepe estaba utilizando, sin saberlo, el llamado argumento de autoridad, reconociendo en el periódico una infalibilidad próxima a la del Papa, magister dixit, mientras que el caravaqueño utilizaba el argumento ad ignorantiam: no puede ser cierto lo que dices porque no tienes prueba de lo que dices y eres un ignorante. Ambos tipos de razonamiento están considerados como falacias o falsos argumentos por la posibilidad de llegar a una conclusión no necesariamente cierta.

Otro, de cuyo nombre no quiero acordarme, defendía acaloradamente que Jesulín de Ubrique era un gran torero porque llenaba las plazas. El parroquiano escenificaba el arte de la chicuelina con cierta gracia, pero no por ello dejaba de ser un torero de salón, y su argumento ad populum, o sofisma populista, era de los que utilizan profusamente Vox o los trumpistas, que también gustan del argumento ad nauseam.

Medio siglo después, el índice de analfabetismo en España se ha reducido a niveles residuales y el número de titulados universitarios ha crecido exponencialmente. Pero muchos han pasado por la universidad sin que la universidad haya pasado por ellos. Esto se traduce en un analfabetismo que podemos definir como funcional, pues la carencia del más mínimo espíritu crítico se ha adueñado del foro.

La cantidad de negacionistas de toda ralea es tan asombrosa que corremos el riesgo de darles la razón por aquella otra falacia que sentencia que el que calla, otorga. Ante ellos, preferimos el silencio, porque todo esfuerzo es inútil, pues lo que caracteriza a quienes creen que la tierra es plana, que el hombre no ha llegado a la luna o que no existe el cambio climático, es una cerrazón tan absoluta que jamás darán su brazo a torcer. Nunca aprendieron a escuchar.

¡Qué mal hemos hecho las cosas! De aquella España atrasada en la que el Dr. Fleming era poco menos que un héroe griego, por la gran cantidad de vidas que había salvado con su descubrimiento de la penicilina, hemos llegado a esta en la que se niega la violencia machista porque es un invento del feminismo, o se dice que la vacuna contra el covid ha causado más muertes que la propia enfermedad.

El cambio climático nada tiene que ver con los ciclos geológicos de la última glaciación, ni la violencia machista es menos grave que el tabaquismo porque este causa más víctimas. Las muertes de mujeres a causa de la violencia de sus parejas o exparejas es una lacra social que no tiene que ver con la raza, ni con la inmigración, sino con la misma idea de civilización. Si en tiempos de Calderón de la Barca la defensa de la honra era cuestión indiscutible, no puede la mujer estar menos protegida en la actualidad, justamente cuando reconocemos la dignidad de todos los humanos con independencia de su sexo.

Aquella España que veía series como Raíces (la historia de Kunta Kinte) u Holocausto, no se reconocía racista, pues no sentía odio a los negros ni a los judíos. La primera razón era la propia composición racial del país, pues el argumento no valía con los gitanos. Hoy, la xenofobia no se oculta, con lo que somos menos hipócritas, pero tan racistas como entonces.

«En la barra de un bar, to’ el mundo entiende de to’ y nadie entiende de na’», cantaba María Jiménez con Los Requiebros. Ha cambiado nuestra forma de ir a los bares; en algunos se podía leer el periódico, porque los periódicos tenían un lugar en la sociedad que hoy han perdido. También los políticos, y no solo porque hayan dejado de hablar bien, sino porque ellos mismos no saben de qué están hablando. Pero los primeros responsables somos nosotros: «en la barra de un bar, no te fíes de las palabras que con dos copas te dan».

¿Va una cervecita? 

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