Opinión | Pasado a limpio

E pluribus unum

 Como animal social, tenemos una tendencia al agrupamiento que podemos comprender sin demasiado esfuerzo

L.O.

L.O.

‘Moretum’ era una crema de queso muy común en la antigua Roma, conocida por el recetario De re coquinaria, pero también por un poema de Virgilio. Después de majar ajos, sal y hierbas aromáticas, se añade aceite y vinagre. En el clímax del poema, color est e pluribus unum: de muchos colores queda uno. Siglos más tarde, los revolucionarios norteamericanos lo adoptan como lema de la independencia de las trece colonias, y hoy se lee en la divisa del escudo estadounidense: E pluribus unum.

El sentido de pertenencia al grupo es consustancial al ser humano. Como animal social, tenemos una tendencia al agrupamiento que podemos comprender sin demasiado esfuerzo. La idea de que la familia es el núcleo social no excluye la de comunidad, sea para afrontar la supervivencia o para la aventura de vivir. Los ejemplos son muchos y variados y explican una buena parte de los comportamientos humanos: las raíces locales que nos atan al pueblo, la polis o el país, ya sea por geografía natural o por construcción imaginaria; el espíritu colegial que une a los compañeros del aula; el club deportivo une a los atletas y a la peña; los vínculos del clan, de la cuadrilla, incluso las construcciones ideales que conforman la ideología, sea partiendo de la clase o de la casta. La asamblea ciudadana griega es ekklesia, a la que San Pablo llama para reunir la asamblea de los creyentes.

El nexo grupal sirve para la guerra, que es una forma de supervivencia, pero también para construir el templo, la comunidad, la asamblea. Hablábamos la semana pasada del coro, formado por los ciudadanos que imaginamos en la Atenas de Pericles. No es muy distinto de la idea que une a la falange en la que cada hoplita protege con su escudo en el brazo izquierdo el flanco derecho del compañero que porta la lanza.

Los vínculos que unen pueden hacerlo en sentido positivo o negativo. La trinchera, la falange o la cohorte, son tácticas bélicas. Pero la cultura, la que etimológicamente nace en el trabajo de la tierra, se transforma en la construcción del ser humano, muestra otros esfuerzos colectivos dignos de mayor mérito, los que suman para sublimar nuestra condición y trascender nuestros límites.

Del coro, o con el coro, nacerá después el teatro. Hay en él un componente ritual, muy próximo a lo religioso, pero sobre todo es una experiencia sociológica: el público conecta con los actores porque estos le presentan un espejo de su sociedad y de sí mismos, al tiempo que le hablan de historias conocidas, de los mitos que conocen todos, de sus dioses, de sus cosmogonías y de sus héroes, pero también de sus agonías, de sus luchas interiores: Edipo, Antígona, Medea, son personajes que representan dilemas personales y sociales en los que el público se siente concernido. La catarsis no es un invento de la psicología freudiana, sino de la experiencia teatral en la que están todos concernidos, actores, sociedad, el coro que es la representación de la propia sociedad, el corifeo que representa al arconte que la guía. Si paramos un momento, podemos observar cómo el grupo siente, cómo sufre, cómo vive o cómo muere cuando se trunca el nexo de unión.

Por eso el coro es una experiencia social, pues en él se comprende la necesidad de la unión. Verbigracia: cada uno de los coreutas necesita respirar, y en un momento dado abandona la tesitura para tomar aire. Pero el coro no respira, sigue cantando. Sus pausas no obedecen a necesidades biológicas, sino a la pulsión del ritmo, los silencios de la música. Es otra forma de vida, un organismo tan vivo como nosotros mismos. Puede faltar uno de sus miembros, pero el coro sigue cantando con distintas voces unidas por reglas armónicas que, antes de saber, entendemos intuitivamente.

Fray Luis de León canta a la muerte de Francisco Salinas: «a este bien os llamo, / gloria del apolíneo sacro coro, / amigos a quien amo / sobre todo tesoro...». Así te convoco, lector amigo, esta tarde a las ocho en el Cuartel de Artillería, un encuentro de coros como una asamblea ciudadana. Es una invitación a la música y a la armonía.

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