Opinión | La Feliz Gobernación

Lo verde empieza en los Pirineos

Marine Le Pen celebra su victoria electoral.

Marine Le Pen celebra su victoria electoral. / MARINE LE PEN / X

Para los de mi generación, la de las últimas bocanadas del franquismo, Francia era la meca de los progres mientras la Gran Bretaña lo era de los reaccionarios. Y eso que El Capital se escribió sobre las condiciones de la clase obrera en Inglaterra. Pero Francia era, de entrada, una república, había acogido el exilio español y producido el Mayo del 68.

La tumba de Machado; Sartre y Beauvoir, la pareja abierta; Le Monde y Libération, la prensa libre; la Radio Pirenaica; la editorial Ruedo Ibérico; la sede del Partido Comunista de España; los cines X de Perpiñán; Godard, Truffaut, la nouvelle vague, Cahiers du Cinéma; los cafés de la bohemia intelectual; la nouveau roman, aunque era un coñazo; Camus, Picasso; la Rayuela de Cortázar; Brassens; el Olympia de París; la librería Shakespeare and Company; el congreso de Suresnes, la Junta Democrática, la Platajunta...

Un sinfín interminable de referencias que apelaban a la democracia, a la libertad e incluso a la revolución. Había quien cruzaba los Pirineos para traer el Mundo Obrero o el Playboy. Lo que los franquistas calificaban de contubernio judeomasónico a nosotros nos sabía a gloria. Francia era lo que queríamos ser. Incluso ya superada la Transición, Felipe González quería parecerse a Mitterrand.

Antes de convertirse en una cita cursi para parejas en el circuito del turismo romántico, París era el lugar de lo prohibido, donde podría renacer la Comuna y por cuyos bulevares transitaban nuestros escritores y filósofos favoritos, franceses y del resto del planeta. A quien volvía de París le daba para cien conferencias en las bares del pueblo.

Francia permitía, es cierto, otra mirada, la de quienes emigraban a la vendimia, pero éstos también regresaban contando maravillas, lucían el pelo largo, en vez de carteras escolares ya usaban mochilas, y sus padres traían dinero para hacerse la casa. El que había ido a la vendimia francesa volvía con mundo y con perras. Francia era la puerta de la entonces inalcanzable e idealizada Europa.

Quién nos iba a decir que aquel paraíso intelectual de la izquierda se acabaría convirtiendo en otro piso piloto de la extrema derecha. ¿Cómo se ha aovado el huevo de la serpiente? ¿Cuánto tiempo nos queda a nosotros? Puede ser verdad que lo verde empieza en los Pirineos.

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