Opinión | Mamá está que se sale

Memorias de una condena

Intrahistoria de una condena por violencia de género

Acabo de darme la segunda ducha de la tarde. El olor a calabozo no se va tan fácil. Quizá lo llevo en la mente y ya no huelo a nada, pero yo insisto, a ver si me lo quito. Mientras me duchaba, en el silencio de mi casa vacía, seguía escuchando los sonidos de estas últimas veinte horas. No sé cuánto he estado bajo la ducha, pero mientras el agua caía, escuchaba otra vez la puerta del coche patrulla al cerrarse. Las bisagras de la celda cuando pasé adentro. También las voces de otros detenidos, a lo lejos. Enjaulados como yo en las celdas de al lado. Por suerte la mía era de las últimas, y oía todo muy de lejos. De repente, el ruido de las esposas al abrirse, por fin, con el auto de libertad.

Han pasado sólo 20 horas desde que me detuvieron. No ha pasado ni un día entero. Pero han pasado tantas cosas, que si un camión me hubiera atropellado no estaría más desplomado. Y no me refiero al calabozo. No es nada agradable, pero es lo de menos. El mazazo gordo es no poder ver a mi hijo. No se lo deseo a nadie. No saber dónde está (con su madre, ya lo sé), no saber si pregunta por mí, o cómo se ha levantado. No olerlo cuando duerme, o no hacer el tonto y reírnos. No sigo hablando para que no se me caigan las lágrimas.

He pasado por mucho en mi vida, y esto no me va a hundir. Que estoy tocado, eso lo sabe Dios, que estuvo conmigo en el calabozo, pero hundido no. Tocado, sí. Hundido, nunca.

Quizá a nadie le importe lo que me pase. La mañana de mi juicio rápido (ha sido esta misma mañana, pero parece tan lejano) había otros cinco juicios más. A saber, qué habrá sido de esos pobres. Lo mismo dirá de mí, quien no me conozca. Que algo habré hecho para estar así. Para quien lo quiera saber, he insultado a mi mujer. A cambio he sacado seis meses de alejamiento. No está bien y no me siento orgulloso. Pero que en la conciencia de cada cual quede el no dejarme ver a mi hijo, aprovechando haber pasado por el juzgado. Suerte que mis abogadas (dos mujeres defendiendo a un hombre, ya ves) han luchado para estirar como un chicle el tiempo que la madre quería dejarme para ver a mi hijo. Al final la jueza me lo ha dejado dos tardes a la semana ¿Qué habré hecho yo?, ¿le he hecho algo al niño, acaso? Pero no sufras por mí. He pasado mucho en mi vida. Yo soy muchas cosas, buenas y malas. Pero por encima de todo soy un padre. Está mal decirlo, pero yo soy un buen padre. Si algo en esta vida me ha hecho tirar para adelante, es mi hijo. Por él lo voy a dar todo.

No me voy a revolver como un tigre enjaulado, estoy muy tranquilo. No tengo ganas de pedirle explicaciones a la madre. No tenemos nada que hablar después de esto. Es tan gordo, que lo que pase a partir de ahora no depende de mí, ni de ella.

Sólo sé que tenemos dos jueces: Dios y el tiempo. Yo ya he cumplido mi castigo. Ahora sólo queda que el tiempo haga lo suyo.