Opinión | El castillete

Frente Popular

Nuestros vecinos nos marcan el camino a través de la construcción de un Frente Popular que aglutina a la totalidad de la izquierda para parar a la ultraderecha y superar el neoliberalismo de Macron

Miles de simpatizantes salen a la calle en Francia contra el avance de la Agrupación Nacional.

Miles de simpatizantes salen a la calle en Francia contra el avance de la Agrupación Nacional. / Reuters / Fabrizio Bensch

De Francia casi siempre han venido vientos de emancipación y progreso. Las ideas republicanas y liberales emanan de la Revolución Francesa, aunque luego Napoleón las pretendiera imponer a base de bayonetas imperiales. La primera experiencia europea de gobierno obrero fue la efímera Comuna de París de 1871 y, en fin, está el Mayo del 68, movimiento impugnatorio del capitalismo y del autoritarismo que, arrancando de las calles galas, se extendió por el continente. En estos momentos, y ante la crisis política surgida en Francia y en Europa a raíz del resultado de las elecciones europeas, de nuevo nuestros vecinos nos marcan el camino a través de la construcción de un Frente Popular que aglutina a la totalidad de la izquierda para parar a la ultraderecha y superar el neoliberalismo de Macron.

Una unidad que -con todos sus defectos por la premura de la convocatoria y la inexorable batalla de egos que el proceso abre- se construye horizontalmente, con pleno respeto a todas las fuerzas que la conforman. Respecto del programa, y a excepción de la cuestión de la guerra de Ucrania, donde una parte de la izquierda es incapaz de sustraerse al tradicional chovinismo imperial francés en los asuntos internacionales, la propuesta que se formula es casi calcada de lo que supondría poner negro sobre blanco la subsanación de las carencias que en este país tenemos: congelación por decreto de los precios de los productos de primera necesidad en alimentación y energía, incremento de la pensión mínima hasta el nivel del salario mínimo, elevación de éste, garantía de un precio mínimo a los agricultores gravando los sobrebeneficios de la agroindustria, construcción de viviendas públicas y rechazo de la austeridad implícita en las nuevas reglas fiscales que se aplicarán en Europa en 2025.

Como podemos apreciar, recoge lo que se ha dejado en el tintero nuestro Gobierno de coalición en sus casi 5 años de existencia, sobre todo a partir del momento en que la especulación sobre los precios hunde el poder adquisitivo de los sueldos y neutraliza la importante subida que experimentó el salario mínimo. Por eso resulta sorprendente que, tras el batacazo electoral del 9J, el análisis por parte de nuestra izquierda se ha circunscrito a la existencia de un problema organizativo derivado de una concepción vertical y personalista de lo que es Sumar.

No se menciona, en primer lugar, la división entre las fuerzas progresistas. Se pasa por alto que Podemos ha estado cerca de Sumar en muchos sitios, habiendo superado en Cataluña a los Comunes. Pero sobre todo se obvia el profundo desgaste que sufre la izquierda cuando, participando como socio minoritario de un gobierno, finalmente termina defraudando a una buena parte de su electorado, que bien abandona las urnas, bien vota ‘útil’ al PSOE, considerado como el original de la copia en la que se habría convertido aquella. 

En definitiva, este espacio político, hasta la fecha, no ha cumplido ni con el programa ni con la unidad, los dos requisitos básicos para afrontar estos tiempos oscuros en los que acechan unas fuerzas reaccionarias que vienen con la motosierra. Esta limitación respecto de la valoración de lo acontecido el 9J es lo que empuja a algunos de sus dirigentes a defender con vehemencia la continuidad de la presencia de Sumar en el Ejecutivo, a pesar de la evidencia de que Sánchez y su partido no están dispuestos a impulsar los cambios que se sustanciaban en unos acuerdos incumplidos, primero con Iglesias y después con Yolanda. Al contrario, el componente mayoritario del Gobierno, ante su dependencia de la derecha catalana y la creciente debilidad del socio, aprovecha para consolidar su giro liberal acoplándose a las reglas fiscales (es decir, recortes) que hace un par de meses respaldó, junto a los populares, en Bruselas. Mientras, la acción gubernamental está paralizada, reactivándose ocasionalmente para proponer medidas regresivas: Ley del Suelo, incremento del gasto militar, ausencia de presupuestos e inauguración de la era de acuerdos con el PP tras el pacto en torno al CGPJ.

La presencia mortecina e irrelevante de Sumar en un Consejo de Ministros que cada vez cabrea más a la gente, sólo conduce a que este malestar (por la vivienda, por los bajos sueldos, por los precios, por la sanidad y por la precariedad laboral) se canalice hacia el populismo reaccionario o la abstención.

En mi opinión, Sumar debe dejar el Gobierno manteniendo la mayoría parlamentaria de la investidura (para cerrar el paso a las derechas), y desde el Congreso y desde la calle armar una alternativa programática factible a partir de espacios de unidad forjados en los territorios. Superando egos y purismos, porque no sobra nadie en la doble tarea de parar los pies a la internacional del odio y mejorar la vida de las clases trabajadoras. A ver si pronto tenemos nuestro propio Frente Popular. O como se llame. 

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