Opinión | El castillete

Recortes, rearme y racismo: la Europa que viene

Lo relevante del nuevo Parlamento Europeo no es esa mayor presencia del fascismo, sino el hecho de que ha llegado cabalgando a lomos de unos socialdemócratas y derechistas que han asumido una parte de su ideario

Banderas frente a la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo.

Banderas frente a la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. / EFE / Stephanie Lecocq

El resultado de las pasadas elecciones europeas ha certificado el desplazamiento a la derecha de la UE, que viene gestándose desde hace bastante tiempo. Efectivamente, las dos fuerzas tradicionalmente mayoritarias en el Europarlamento, socialistas y conservadores, con sus respectivos apéndices verdes y liberales, no han dudado en abrazar causas reaccionarias, cada cual en su ámbito y en grado diferente, pero que han empujado en la misma dirección, a saber, la de conformar una Europa alejada de los valores que presuntamente la constituyeron: la paz, el Estado del bienestar y la búsqueda de la cohesión entre las naciones que la componen. De ese caldo de cultivo solo podía emerger, como pasó el 9 de junio, una ultraderecha firmemente asentada en los escaños de Estrasburgo.

Ya en la solución austericida, egoísta e insolidaria, que los países centrales impusieron a los del sur ante la crisis financiera de 2008, se adivinaba el edificio que pretendían levantar unas élites vinculadas tanto al capital financiero como a la otra orilla del Atlántico, y por consiguiente sin demasiado apego a lo que son los intereses de los pueblos de la vieja Europa. Tampoco a una unidad de estos basada en la solidaridad y la cooperación. La guerra de Ucrania ha sido el catalizador que ha disparado el proyecto de una UE sometida a los designios de Washington, consistente en un mero mercado donde pueda operar sin trabas ese capital especulativo que vaga por el mundo en busca de rentabilidades inmediatas; que se expanda hacia el Este nutriéndose de Estados fallidos, corruptos y en guerra, con la finalidad exclusiva de adquirir músculo geopolítico, dejando atrás definitivamente la Europa social: si el dinero va a las arcas de las empresas que ‘reconstruyan’ Ucrania, no queda para inversión social.

Tres serían los ejes que definirían la Europa a la que vamos. En primer lugar, lo que algún autor ha definido como la ‘vuelta a la castidad fiscal’. Se trata de volver a la senda de control del gasto público a fin de reducir la deuda acumulada. No hace falta ser un lince en cuestiones socioeconómicas para entender que, en un contexto de débil crecimiento como el que ahora cruza Europa, comprimir las necesarias inversiones requeridas para alcanzar los objetivos sociales y climáticos no parece ser una buena idea. Según un estudio de la Confederación Europea de Sindicatos, un total de 18 países, entre ellos los cuatro más importantes de la zona euro (España, Italia, Francia y Alemania) no podrán cumplir con sus objetivos en materia de sanidad, enseñanza o vivienda. Para España en concreto, según estas reglas, en 2027 habrá de acometerse un ajuste del 0,1% en el gasto social, cuando para cumplir en esos tres ámbitos se requiere un incremento de la inversión del 0,6%. Si a ellos se suma la transición ecológica, el déficit de inversión total en nuestro país superaría los 26.000 millones de euros. En los demás grandes del euro, el desequilibrio sería mucho mayor. El informe de los sindicatos concluye afirmando que «este tipo de recortes hacen a Europa más pobre, dañan el tejido social de la UE, su capacidad productiva y su capacidad de invertir en una economía más fuerte y resiliente». El pasado 23 de abril, con tan solo los votos en contra de La Izquierda y Los Verdes, los diputados de Estrasburgo dieron luz verde a una norma que en España va a suponer un recorte anual de unos 15.000 millones a partir de 2025. Socialistas y populares votaron junto a liberales y extrema derecha.

La segunda viga de esta nueva Europa es su militarización. Si antes hablábamos de recortes sociales, donde no está previsto meter la tijera, sino todo lo contrario, es en lo tocante al gasto militar. Y lo que acaba de hacer el Gobierno de España es paradigmático respecto de las claves que explican esta euforia bélica europea. Le ha dado a Ucrania 1.100 millones, de manera extrapresupuestaria y sin pasarlo por el Congreso, a fin de que este país compre armamento español para alimentar la matanza que allí se libra. Es decir, a fin de que el complejo militar industrial haga negocio, se le facilitan armas (algunas de las cuales acaban en manos de grupos criminales de aquí, como ha acreditado la Guardia Civil) a una dictadura enzarzada en un conflicto que no tiene solución militar. Y, paralelamente, se alienta un rearme subrepticio (nuestro gasto militar real en 2023 ascendió a más de 27 mil millones) bajo el pretexto de que tenemos que defendernos del expansionismo ruso, como si para protegernos de la primera potencia nuclear del planeta bastara con disponer de más cañones, barcos y tanques. El problema para la paz es que este desquicie belicista, aunque en realidad no busque la confrontación militar directa (sería el fin de todo), puede funcionar como una profecía autocumplida, es decir, genera unas expectativas sobre unos hechos que aumentan la probabilidad de que ocurran. Solo la Izquierda Europea ha levantado la voz contra esta deriva irracional.

Finalmente, Europa ha decidido castigar a los refugiados e inmigrantes, asumiendo sus principales fuerzas políticas (en España PSOE, PP y Junts) el Pacto de Migración y Asilo aprobado el pasado 10 de abril por el Parlamento Europeo. Este acuerdo acaba, de facto, con el derecho de asilo al dificultar enormemente el proceso de solicitud y acortar sus plazos. Criminaliza a las ONG que atienden a los inmigrantes, refuerza ese cuerpo paramilitar que es Frontex y externaliza las fronteras de la UE al subcontratar con países donde no se respetan los derechos humanos (Turquía, Marruecos, Libia) la retención de quienes acuden a Europa huyendo de la miseria y las guerras.

Malos tiempos, pues, para la lírica. Pero coherentes con un nuevo Parlamento Europeo más a la derecha que el anterior, donde lo relevante no es esa mayor presencia del fascismo, sino el hecho de que ha llegado cabalgando a lomos de unos socialdemócratas y derechistas que han asumido una parte de su ideario, traducido en una Europa xenófoba, con recortes y que se prepara para la guerra. 

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