Opinión | El prisma

¿Puede convertirse en un circo la Asamblea regional? / Alegrías parlamentarias

Los ciudadanos deberíamos celebrar estos episodios y disfrutar despreocupadamente de un espectáculo que sirve como una llamada de atención para que sepamos que los políticos regionales siguen aquí dispuestos a todo

Rubén Martínez Alpañez, diputado de Vox, y Víctor Egío, diputado de Podemos, en la Asamblea regional.

Rubén Martínez Alpañez, diputado de Vox, y Víctor Egío, diputado de Podemos, en la Asamblea regional. / Iván Urquízar / LMU

Como es bien sabido, las autonomías son unos entes artificiales creados durante la Transición por motivos únicamente políticos y sin una aplicación práctica. Antes de las comunidades autónomas, sus competencias eran ejercidas por las diputaciones y las delegaciones provinciales de los distintos ministerios, pero el café para todo creó de la nada 17 entes mastodónticos a los que hay que sufrir y financiar. El colmo del despropósito es que cada autonomía dispone también de su parlamento, a imagen y semejanza del nacional, convirtiéndose en auténticos miniestados con una característica que los diferencia diametralmente del Estado convencional: las comunidades autónomas apenas recaudan; su misión fundamental es gastar.

Desde esta perspectiva es absurdo mostrar sorpresa o rechazo por los escándalos parlamentarios que la clase política autonómica nos regala de vez en cuando. Muy al contrario, los ciudadanos deberíamos celebrar estos episodios y disfrutar despreocupadamente de un espectáculo que sirve como una llamada de atención para que sepamos que los políticos regionales siguen aquí dispuestos a todo. La expulsión de un diputado podemita del pleno de la Asamblea regional esta semana hay que enmarcarlo en estos episodios que, eventualmente, se producen en nuestro marco parlamentario o, por decirlo como los sanchistas y el PP de Murcia, «en la sede de la soberanía popular» (sea eso lo sea).

Vaya por delante que el diputado en cuestión tenía toda la razón al protestar por una acusación que parece infundada, puesto que su abandono de las tareas parlamentarias no fue de seis meses, como dijo el portavoz de Vox, sino de seis semanas, con motivo del nacimiento de su hijo. No hay nada más importante que disfrutar de la paternidad, un acontecimiento en la vida personal ante el cual las tareas de un diputado de una minoría parlamentaria resultan un asunto ridículo. Además, si queremos fomentar la natalidad, a dicho diputado habría que haberlo condecorado, en lugar de decretar su expulsión tras efectuar tres llamadas al orden.

La presidenta de la Asamblea debió darle un turno de réplica para rechazar las acusaciones de que fue objeto, pero es cierto que de haberlo autorizado, el rifirrafe podría haber alcanzado cotas de mayor virulencia, porque la ultraizquierda rebasa todos los límites dialécticos cuando se trata de insultar a la gente de Vox. Si ese fue el motivo para pasar al siguiente punto del orden del día, la presidenta tuvo su parte de razón.

El episodio de la expulsión de D. Víctor Egío (sin esperar ni siquiera al dictamen del VAR) se suma a la peineta que Vélez dedicó al Gobierno regional a cuenta del problema del agua, un gesto de cierto mal gusto que el dirigente socialista enfatizó de manera bien gráfica para que no quedaran dudas de sus intenciones. Tampoco es algo como para echarse en el diván y pedir las sales, porque gestos como ese y más soeces están a la orden del día, sobre todo desde que las redes sociales se han adueñado del debate público. En ese submundo digital, cualquier grosería tiene su perfecto acomodo y, en casos especialmente ingeniosos, recoge el aplauso de decenas de miles de personas, lo que nos rebaja como sociedad, pero eleva nuestro nivel de entretenimiento colectivo.

Los Parlamentos autonómicos son escenarios donde la clase política local se entretiene con sus cosas mientras se hace con salarios importantes que, en muchos casos, se compadecen muy mal con los merecimientos profesionales de los agraciados. Solo hay que ver a los jóvenes cuarentones que no han hecho otra cosa que medrar en el partido y ahí están, trincando 60k netos sin haber terminado siquiera la Universidad. ¿Cómo los vamos a tomar en serio? Es imposible.

Las pocas normas legales que se tramitan cada año dejan tiempo más que suficiente para otras cuestiones perfectamente inútiles que, sin embargo, ocupan la mayor parte del tiempo de sus señorías. Las comisiones parlamentarias, los plenos de contenido meramente político y las mociones semanales son cuestiones que influyen entre poco y nada en la vida del ciudadano medio. Al menos que nos distraigan.

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