Opinión | Noticias del Antropoceno

Mis segundas residencias de verano

Las estadísticas lo demuestran: la generación que ahora se está jubilando está constituida por compradores compulsivos de casas. Tanto, que el aumento del patrimonio inmobiliario sigue teniendo como protagonistas en nuestro país a los mayores de 65 años. Cuando juntamos unos duros, compramos una casa. Total, al precio de los alquileres y con los tipos de interés históricamente bajos, solo hay que juntar el dinero para la entrada y después dejar que la hipoteca se pague sola. 

Esa compulsividad compradora de ladrillo tiene diversas explicaciones. En nuestros años productivos eran frecuentes las promociones de vivienda de protección oficial, con ayudas públicas y, lo que es más importante, con precios moderados. También ocurrió que fuimos la primera generación que pudo heredar las viviendas de nuestros padres, que nos las dejaron en herencia al fallecer. 

Gracias a esa luctuosa circunstancia, muchos de nuestra generación pudimos acceder a una segunda residencia, de las que hay una cifra casi exacta de tres millones en nuestro país. Mi primera segunda residencia la compré en Campoamor, en una urbanización promovida por la inmobiliaria del Licor 43. Esa casa se la llevó la trampa en la crisis del 93. Decidí no comprar una segunda residencia porque mi mujer acabó harta de mis forzadas ausencias por cuestiones de dedicación empresarial. Sospechaba con cierta razón, todo hay que decirlo, que era una puñetera excusa para alejarme del bullicio familiar playero. Lo digo porque recuerdo esos veranos como un auténtico oasis de tranquilidad. Como en la fábula de la zorra y las uvas, me conformé diciendo que una segunda residencia es una inversión que no se disfruta plenamente, y más cuando vives a una hora escasa de la playa. De hecho es al contrario, como demuestra el dato que más de un millón de segundas residencias están en la misma provincia (aunque en distinto municipio) que la vivienda habitual. Esto va de la gente de Cartagena comprando en La Manga, o la gente de Lorca en Mazarrón o Águilas.

Eso es lo que he descubierto a la vejez comprando un piso estupendo precisamente en Águilas, sin duda el sitio más conveniente para invertir en segunda residencia en la Región de Murcia. Tiene el mismo agradable ambiente de pueblo que Cabo Palos en verano, pero todo el año. Y sus playas y sus estupendas calas no tienen nada que envidiar (o muy poco) a las de La Manga. 

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