Opinión | Luces de la ciudad

Por quién doblan las campanas

En alguna ocasión escuché decir a alguien que las campanas eran el WhatsApp de antaño. Cuánta razón

Lian Tomtit

Lian Tomtit / Unsplash

Por alguna razón especial que no atino a vislumbrar, el sonido de las campanas de las iglesias, más allá de cualquier connotación religiosa, siempre ha generado en mí una sensación de paz y serenidad, como si me trasladara de inmediato a un plácido y silencioso retiro en algún lugar lejano. Ese mismo sonido que provoca, también, un viaje nostálgico hasta mi infancia, cuando el tañer de las campanas destacaba sobre los demás sonidos en el paisaje sonoro de la ciudad. 

Campanadas que me acompañaron a lo largo del tiempo y que escuchaba desde cualquier lugar y a todas horas, y nunca mejor dicho, porque anunciaban cada hora exacta del día, y hasta los cuartos y las medias; repicaban con alegría en las bodas y las fiestas; tocaban a difuntos, doblando lentas e intercaladas; a la hora del Ángelus al mediodía, con tres campanadas; o las llamadas ‘señales’ que convocaban a misa media hora, quince minutos y un minuto antes de que comenzara la ceremonia. 

A veces pienso, sin mucha convicción, que esta atracción peculiar por el sonido de las campanas proceda de mi época como monaguillo, entonces tan solo tenía diez años, y aunque no era de los que se bebían el vino del cura, algunas hostias me he llevado, eso sí, sin consagrar, que dolían menos. El asunto es que entonces, cuando me calzaba la sotana roja y sobre ella el roquete blanco con mangas anchas, yo mismo, antes de ayudar al cura en la misa y pasar el cepillo, me colgaba de la maroma que caía desde el campanario por el hueco de la escalera y como un poseso hacía repicar una y otra vez la campana para anunciar el comienzo de la misa.

En alguna ocasión escuché decir a alguien que las campanas eran el WhatsApp de antaño. Cuánta razón. A lo largo de la historia su importancia ha sido vital para la población como canal de información sobre cuestiones sociales y religiosas; y como señal de alarma ante sucesos graves o tragedias. Sin embargo, ahora, en la actualidad, tengo la sensación de escucharlas cada vez menos o nada, incluso he llegado a pensar que ya no se utilizan, o que solo se hace en acontecimientos muy especiales.  

Disculpen mi torpeza en caso de estar equivocado, quizá tenga que prestar más atención, pero escribo de oído, y tengo que insistir, oírlas no las oigo o, al menos, no como antes. Espero que esto no sea premonitorio y augure un futuro incierto donde llegue el día en que tengamos que escuchar el último toque a difunto y sin saber que lo hacen por ellas mismas, nos preguntemos «por quién doblan las campanas»

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