Opinión | Luces de la ciudad

Reflexión de un jubilado

Es indudable que la vocación es una de las causas más influyentes para lograr la felicidad laboral

Llega un momento, llámenlo ‘una edad’ si prefieren, que uno empieza a mirar por el retrovisor de la vida para saber qué deja tras de sí. Aunque algunos piensen que al mirar hacia atrás solo veremos el polvo del camino, en realidad, son muchos los sentimientos, emociones y vivencias que, a lo largo de nuestra existencia, vamos dejando en ese mismo sendero. Entre ellas, la trayectoria profesional.

Hace unos días, casualmente, en una de esas limpiezas de papelerío acumulado en cajones y estanterías, inservible e irrelevante por el paso del tiempo, recuperé el último documento enviado por la Seguridad Social sobre mi vida laboral. Lo desplegué como si fuera un pergamino antiguo, una reliquia del pasado, y refresqué todas las empresas en las que había trabajado, la cantidad de tiempo pasado en cada una de ellas y los años en los que tuve que enfrentarme al mercado laboral como autónomo. Y aunque no me sorprende, en ese instante de retrospección soy consciente de que he pasado la mayor parte de mi vida trabajando

No me quejo, faltaría más. Me siento un privilegiado en general, y de haber tenido un trabajo que me apasionaba en particular. Algo que en sí mismo no fue óbice para quedar exento de la alternancia cíclica de la ilusión y el desánimo, de padecer el continuo y perturbador estrés o de soportar, a veces con dificultad, el peso de la responsabilidad, pero con gusto, parece que los palos duelen menos, o eso dicen. 

Por lo visto, los disfrutones de su profesión son un perfil escaso, ya que el 80% de las personas trabajadoras, según algunas encuestas, están insatisfechas con su empleo. Es indudable que la vocación es una de las causas más influyentes para lograr la felicidad laboral, sin embargo, no siempre se puede elegir, y aunque quejarse va en el sueldo, todos entendemos la necesidad de tener un trabajo más o menos digno que nos permita satisfacer nuestras necesidades básicas.  

«El trabajo endulza siempre la vida, pero los dulces no le gustan a todo el mundo», decía Víctor Hugo. Teniendo en cuenta que la palabra trabajo proviene del latín tripalliare, que significa ‘torturar’, puedo comprender que haya personas que no sean excesivamente golosas, y diría más, en términos genéricos, trabajar-trabajar nos gusta poco a todos. «Es una lata, el trabajar, todos los días te tenés que levantar…», cantaba Luis Aguilé. No obstante, cuando llega el momento de echar esa mirada atrás, a todos nos gustaría encontrar, más allá de los proyectos realizados, un sello propio, unos valores transmitidos, un legado por el que ser recordados, y sentir que tantas horas de dedicación y tanto esfuerzo han merecido la pena. 

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