Opinión | Café con moka

De Profundis

En una sociedad puritana y desleal, Oscar Wilde desafió lo establecido y se alimentó de palabras, belleza y amor. Amor a quien quiso y cómo quiso

El escritor y poeta Oscar Wilde.

El escritor y poeta Oscar Wilde. / EFE

El concepto de dandismo que hoy solemos utilizar hunde sus raíces, especialmente, en el siglo XIX, con los albores del romanticismo y la nueva sociedad que se gestaba. Y si pensamos en una figura que venga a resumir, en lo interno y externo, este término, la referencia es inequívoca: Oscar Wilde.

Irlandés de nacimiento, habitante del mundo de vocación. Tan admirado como odiado, encumbrado a lo más alto por muchos y defenestrado por otros tantos. Viajero y esteta, gozó de una ‘vida de artista’ como pocos, pero, lo que es más difícil aún; ciento veinte años después de su muerte, sigue levantando pasiones, no es figura que deje indiferente.

En toda su literatura se desprende algo característico: el genial uso de la ironía y la mordacidad hacia la hipocresía de sus contemporáneos. Más allá de su genial y célebre novela El retrato de Dorian Grey, en otras muchas obras como La importancia de llamarse Ernesto o El crimen de lord Arthur Saville, encontramos estos rasgos. Disfrutó del reconocimiento de gran parte de la sociedad de su tiempo hasta el funesto año 1885, momento en el que arrancó una feroz pesadilla para el dramaturgo y, aunque después incluso cambió de nombre y se afincó en París, nunca volvería a ser el mismo.

Oscar Wilde vivió como quiso o pudo. En una sociedad puritana y desleal -más aún que la nuestra-, desafió lo establecido y se alimentó de palabras, belleza y amor. Amor a quien quiso y cómo quiso. El precio que pagó fue caro; quizás demasiado caro. Casado y padre de dos hijos, tuvo también otros amores que le inspiraron y asfixiaron a partes iguales. Especialmente conocido es el romance con lord Alfred Bruce Douglas, amor que desencadenó la denuncia del padre de este último y toda una serie de difamaciones en la prensa de la época. El resultado es bien conocido. Recreado en novelas y películas: el encarcelamiento de Oscar Wilde por dos años en prisión. Su sentencia, igual de inaudita hoy como hace cien años: haber querido a otro hombre y haber mantenido relaciones con él.

Ese dandi que convirtió en obra de arte su misma persona y vida, que escribió algunas de las páginas más memorables de la literatura de la segunda mitad del siglo XIX y que sufrió la humillación más profunda, la conjura de la estupidez y mediocridad humana en su grado más alto. Su obra sigue siendo leída y admirada en nuestros días, su persona idolatrada, al igual que su tumba en París, donde muchos visitantes a diario la contemplan.

Hoy, que en Murcia se celebra el desfile con motivo del Día del Orgullo LGBT, no dejemos que amar a quien uno quiera o compartir nuestro cuerpo con quien deseemos sea motivo de estigma. Recordemos esta cita de Wilde: «Juzgamos a los demás porque no nos atrevemos con nosotros mismos».

Suscríbete para seguir leyendo