Opinión | Café con moka

Unos pendientes sicilianos

Desde hace algún tiempo vengo adquiriendo, guardando y coleccionando objetos que tienen un significado especial para mí

Representación de un 'cuarto de maravillas' en el cuadro 'Venus and Cupid in a Picture Gallery' (1660), de Jan Brueghel el Joven.

Representación de un 'cuarto de maravillas' en el cuadro 'Venus and Cupid in a Picture Gallery' (1660), de Jan Brueghel el Joven.

Creo que ya he expresado en más de una ocasión mi inclinación y apego a las cosas, a los objetos. A las cosas como narradoras de historias. A las cosas como recuerdos de otros tiempos, otros viajes y otras gentes. Especialmente si son memorias felices.

Que la historia, también, se cuenta a través de los objetos debe ser uno de los principios básicos de la museología. Y, sin duda, en literatura es un fantástico recurso convertirlos en el hilo conductor de la trama. Los objetos como espectadores del tiempo. Una práctica que se convierte, incluso, en seña de identidad de ciertos escritores y novelistas. Sea el caso del argentino Manuel Múgica Láinez con epílogos enteros dedicados a la vida de una pieza. Como el libro El Escarabajo, en el que el narrador es este insecto de lapislázuli, propiedad de la reina egipcia Nefertari, con cuyas peripecias recorremos más de tres mil años de historia, desde el Egipto de Ramsés II hasta nuestros días. En muchas otras de sus novelas también encontramos este tipo de protagonismo de los objetos.

Yo, desde hace algún tiempo, vengo adquiriendo, guardando y coleccionando algunos objetos que tienen un significado especial para mí. Hábito que comparto también con ‘El Hombre del Renacimiento’. Tanto es así que nuestra casa, de algún modo, resulta ser una especie de ‘cuarto de maravillas’, bastante más modesto que los de antaño, en el que se pueden encontrar desde tallas africanas o barro bereber a antiguas conchas y fósiles, encajes y puntillas del siglo pasado o lámparas art déco rescatadas de antiguos caserones.

‘Gabinetes de curiosidades’ privados que lo son especialmente para nuestros pequeños que, afortunadamente, muestran interés por todo aquello que les rodea, preguntándonos por la procedencia y el origen de muchos de estos objetos.

Todo esto venía hoy a mi cabeza al ponerme un par de pendientes de cerámica siciliana que compré en mi viaje a la isla hace ya unos cuantos años con un grupo de periodistas y fotógrafos cartageneros. Pendientes que algún día serán de mis hijos y que más allá del valor material que tienen, que no es mucho, sí lo tendrán como recuerdo, pues a través de este y otros objetos personales podrán saber más de quién fue y qué hizo su madre.

De este modo, con los años podrán seguir, de alguna forma, jugando: tratando de juntar objetos como piezas de un rompecabezas que compone y descifra, ni más ni menos, que nuestra historia, la historia de nuestra familia.

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