Opinión | Todo por escrito

Camino al aeropuerto (II)

Un subidón de adrenalina la empujó a pegar un volantazo hacia al arcén izquierdo. Esquivó el trailer por milímetros. Sintió el aliento de la muerte sobre su nuca. Pitó furiosa al camionero, quien se encogió de hombros, enderezó el vehículo hacia su carril y le dio paso con la mano para que lo adelantara. El aeropuerto quedaba a menos de 5 kilómetros. El pueblo ya era un recuerdo borroso y desagradable. Quería a su madre, pero no la soportaba. También una vez amó a Javi, hasta que descubrió que la engañaba con su mejor amiga. Lo peor es que ni siquiera pudo plantearse si quería perdonarlo.

-No te voy a negar que Paqui y yo hemos estado viéndonos a tus espaldas. Ya sabes que te quiero, pero estoy enamorado de ella. De verdad que lo siento mucho, pero ponte en mi lugar: Paqui tiene las cosas claras, no como tú: quiere formar una familia y está dispuesta a sacrificarse por nosotros.

Recibió la noticia el mismo día que le comunicaron que había suspendido la oposición de administrativa para el Ayuntamiento. En el pueblo no se hablaba de otra cosa. Su madre estuvo una semana sin salir de casa de la vergüenza. Pero ya habían transcurrido dos meses y ahora daba todo igual: en menos de cinco minutos llegaría a su destino.

Nada más aparcar, decidió tomarse un momento para contemplar el imponente avión que acababa de despegar. Su imparable ascenso hacia el cielo era una promesa de libertad. El mundo se rendía a sus pies.

El aeropuerto la recibió frenético: viajeros desorientados arrastrando maletas, niños hiperactivos con padres agotados, mochileros durmiendo por las esquinas... Los altavoces difundían la última llamada hacia sugerentes destinos: Bari, Seychelles, Nueva York, Tailandia, Creta, etc. Quizás pasara más tiempo del deseado hasta que volviera a ver a su madre, así que decidió enviarle un mensaje de voz:

 -No me esperes. Ya estoy en el aeropuerto y no sé cuándo volveré.

Hoy le tocaba turno doble en la cafetería. Le había salido una jornada parcial para el verano en el Starbucks. Aquello era un fastidio, pero cualquier cosa era mejor que quedarse en el pueblo. De todas formas, no iba a volver a presentarse a las oposiciones. Su madre tenía razón: con tanto estudiar se le iba a pasar el arroz. En el pueblo ya murmuraban sobre el tema.

Quizá algún día cogiese un avión, pero era muy improbable: ella tenía un pánico inmenso a volar. Notó cómo la mandíbula se le tensaba. No era consciente, pero mientras veía a los pasajeros embarcar, rechinaba los dientes.