Opinión | Tribuna Libre

Tolerante por delante

Los resultados de la lucha por la igualdad LGTBIQ+, lucha que todavía está vigente, han venido del cielo en forma lengua pentecostal, se ve, y los recursos al Constitucional y las manifestaciones en defensa de la familia no sucedieron

Imagen de archivo de la manifestación del Orgullo LGTBIQ+ en la capital murciana.

Imagen de archivo de la manifestación del Orgullo LGTBIQ+ en la capital murciana. / Juan Carlos Caval

Sal de dudas si alguien te dice que es tolerante. Tolerante es quien te aguanta y apenas pone buena cara porque no tiene más remedio y se llama tolerante para colocarse un halo de santidad y una palma de martirio y lanzar la miradita de lado que dice al resto lo buenos que son por lo que tienen que soportar, pero respeto, que es lo importante, no te tiene.

Se han celebrado recientemente en la ciudad de Murcia las ‘Fiestas por la Tolerancia’. Es una cursilada de señoro que dice «mecachis» y «jolines» y que afirma, engolado, que tu hijo es un artista cuando quiere decir que es maricón, porque lo de la tolerancia se ha quedado en los años 90 del siglo pasado, con los GAL, el bigote de Aznar, el cardado de Isabel Tocino y la campaña ‘Póntelo, pónselo’. De todas esas cosas, lo único que habría que recuperar es la concienciación sobre el uso de los condones, pero está bastante difícil, porque a pesar del aumento de contagios de infecciones de transmisión sexual y de VIH, las consejerías de Educación de las comunidades gobernadas por el PP se niegan a dar una educación afectivo-sexual adecuada desde edades tempranas, pero luego que si el porno.

Lo más gracioso es que esa Fiesta por la Tolerancia se ha hecho con el claro objetivo de invisibilizar el Orgullo LGTBIQ+, queriendo desligarse de él mientras se intenta evitar que te llamen rancio por negarlo, inventando un zarangollo sin calabacín y con artes escénicas y artesanía, cuyo acto final y mayor, la guinda del pastel, es eso de lo que no se puede decir el nombre, el Orgullo LGTBIQ+, como un soneto de amor oscuro que, en este caso, era la fiesta en el Jardín Chino tras la manifestación que recorrió con éxito las calles de Murcia. Eso sí, sin transitar los sacrosantos espacios político-religiosos de la capital; nada de asomarse a la plaza Belluga o al balcón del Ayuntamiento, que todo tiene un límite. Para que se hagan una idea: imagínense que un consistorio ateo se inventa un festival de la Espiritualidad en plena Semana Santa y mientras pasean los Salzillos hace un festival de baile de derviches o meditaciones budistas en el Jardín de la Seda, negándole toda la publicidad institucional a las procesiones de Viernes Santo, pero incluyéndolas como acto central en ese festival. En Madrid, el Ayuntamiento se ha inventado un cartel con copas, tacones y condones, porque no quiere renunciar al parné que le da a la hostelería el Orgullo estatal, pero tampoco dar visibilidad a las reclamaciones de ese Orgullo. Deseando estoy de ver el cartel de las fiestas de San Isidro con botellones, chulaponas y farlopita. Mientras tanto, en Valencia, la alcaldesa María José Catalá ha dicho que ella no tiene que colgar la bandera LGTBIQ+ porque, sino, también tendría que colgar una el Día del Cáncer o una el Día del Alzheimer. Aparte de la mala baba de equiparar el Día del Orgullo con días de enfermedades, Catalá sí conmemoró esos días, el de cáncer de mama y el de Alzheimer. Ha conmemorado desde el balcón del Ayuntamiento hasta el Día del Farmacéutico, pero el Orgullo LGTBIQ+ no, porque eso es un avance social que no pertenece a nadie y nadie puede apropiárselo. Los resultados de la lucha por la igualdad LGTBIQ+, lucha que todavía está vigente, han venido del cielo en forma lengua pentecostal, va a ser, y los recursos al Constitucional y las manifestaciones en defensa de la familia no sucedieron. Tan de todos es ese avance social que, ché, ese Ayuntamiento se ha inventado un Orgullo, prescindiendo de las asociaciones con un fracaso de asistencia de público y la supuesta pregonera, Rosa López, mirando el contrato porque no tenía claro si la obligaba a leer el pregón/marrón con el que se ha encontrado, pero no porque ella quisiera.

Es cierto que nos encontramos gente que declarándose LGTBI, sobre todo gay o lesbiana, dicen que esto no les representa. Curioso que lo dicen desde el pedestal que se ha ido construyendo con activismo, que es sangre, sudor y lágrimas de otros que les ha permitido una vida más o menos sin problemas, una vida sin amenaza de cárcel, una vida donde han visto crecer o se han encontrado un espacio social por el que transitan sin mayores problemas y que les permite casarse, como a Maroto, divertirse y vivir sin mayor reproche, al menos hasta hace poco. El intento de esconder la bandera coincide con el aumento y la relativización del discurso de odio, y esperemos que ese pedestal no se tambalee, porque, por ahora, la estrategia es esa: puñalada por detrás y tolerante por delante.

Suscríbete para seguir leyendo