Opinión | La balanza inmóvil

Cambio climático en Belorado

Algo está pasando con el cambio climático también en la Iglesia, cuando unas monjas de clausura se rebelan contra el Santo Padre

Imagen de archivo de las monjas clarisas de Belorado, cuando fueron al Juzgado de Burgos.

Imagen de archivo de las monjas clarisas de Belorado, cuando fueron al Juzgado de Burgos. / Sani Otero / EFE

No seré yo negacionista del cambio climático, a pesar de que siempre en Teruel hace frío y calor en Valencia. Como tampoco soy del terraplanismo, pues está demostrado, por fotos y declaraciones de cosmonautas, la redondez de la Tierra. Otra cosa es lo de la llegada del hombre (no añado «y mujer» porque solo iban hombres) a la Luna, porque aquí sí tengo mis dudas, basadas solo en que desde 1969 no se ha visto a otro hombre, mujer u otra persona del colectivo LGTBI (que hoy, por cierto, es su Día Internacional, recordando las revueltas de Stonewall) pisarla; con lo que les gustaría a las grandes potencias sacar músculo de cohetes alunizando con seres humanos en nuestro único satélite natural, pues otra cosa son los miles de objetos fabricados artificialmente que serán los encargados de acabar con la Tierra, cuando decidan todos, o alguno de ellos, bajar violentamente.

No sé si será también por el cambio climático lo que está pasando con las cismáticas y excomulgadas monjas clarisas de Belorado, que han denunciado al arzobispo de Burgos, Mario Iceta, por abuso de poder, usurpación de la representación legal y de vulnerar el derecho de asociación y el principio de libre separación. Han preferido aferrarse al convento antes que abandonarlo y seguir al también excomulgado falso obispo y a su acólito, el cura coctelero. Vayamos por partes y empezando por esto último. Personalmente, que alguien se gane la vida sirviendo cócteles en un bar (mientras no sean molotov) como el segundo de a bordo de los comecocos monjiles, me parece magnífico, sobre todo si los hace bien, pues no es lo mismo que lo que hacía el Papa Clemente y algunos de sus cardenales, cuando en Sevilla se agarraban cada cogorza que ríete tú de Ernesto de Hannover o de Fernando Arrabal y el mineralismo. En cuanto al abuso de poder denunciado contra el citado arzobispo, es absurdo, porque quien manda por ley es él, más si se lo ordena Roma, lo cual excluye también la usurpación de representación legal. Finalmente, que yo sepa, el derecho de asociación de unas monjas es tan respetado como que todos los días se reúnen a rezar y hacer dulces sin que nadie las disuelva. En fin, que por denunciar que no quede, aunque sea tan ilógico como que unas mujeres casadas con Dios se rebelen contra su representante en la Tierra. Lo curioso es que reconocen a los papas hasta Pío XII (por eso se apuntan a la Pía Unión de San Pablo Apóstol), y a partir de ahí, todos los demás son herejes e impostores. Eso sí, sin explicar el porqué de todo ello.

Es increíble si no fuera porque es patético -y porque la historia está llena de cantamañanas que se han llevado a la multitud a su terreno con un carisma maléfico- el hecho de que estas monjas, con su abadesa Isabel al frente, que no se marcha ni con agua caliente, se rebelan contra el Papa y prefieren ser excomulgadas antes que dar la espalda a sus engaña tocas. El voto de castidad será el único que controlan y respetan, digo yo, porque el de obediencia desde luego no, y el de pobreza, a tenor de la compra y venta de monasterios entre las mismas monjas de una congregación, me da la sensación de que tampoco. Dicen los más peseteros que todo esto es por culpa de negocios inmobiliarios, porque compran un convento, en Orduña, y no lo pagan porque el suyo en Belorado no le deja Roma venderlo. Pero entonces me pregunto, si la pareja de curas, Pablo Rojas y José Ceacero -como si fueran Bud Spencer y Terence Hill- le están librando a las monjas de tal problema, ¿es porque están poniendo dinero?, ¿o es que solamente les ayudan espiritualmente? Lo que sea, acabará con una condena a las monjas por incumplimiento contractual resolviendo el contrato y perdiendo como mínimo los 100.000, que es lo único que han pagado de más de un millón de euros.

Por otra parte, alguno de los fieles a la Iglesia romana tienen mucha culpa de la actitud de esas mujeres consagradas a Dios, por dejarlas en el olvido absoluto. En cualquier caso, algo está pasando con el cambio climático también en la Iglesia, cuando unas monjas de clausura se rebelan contra el Santo Padre que, aunque no esté últimamente muy acertado -no solo con las audiencias que concede, sino también con sus comentarios de «mariconeo de hombres y chismorreo de mujeres»-, como sucesor de San Pedro es su jefe supremo.

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