Opinión | Las trébedes

A quién le importa

Los profesores padecemos cierta tendencia a magnificar los problemas, a vivir los de nuestro alumnado como si fueran nuestros, qué digo, mucho más que si fueran nuestros

Una docente imparte clase a alumnos de Secundaria.

Una docente imparte clase a alumnos de Secundaria. / L.O.

Ser profesor, esa ganga. Sea por victimismo, porque somos blandos, porque hemos buscado un trabajo sin jefes y con periodos garantizados de vacaciones; o por vocación, incluso por exceso de celo, el hecho es que casi todos los profesores que he conocido como compañeros teníamos un perfil similar. En general, gente sonriente, educada y respetuosa, un poco encantados de oírse hablar, y máximamente dedicados al trabajo. Solemos llegar a casa con mil problemas en la cabeza, tales como que fulanito no estudia, menganita ha venido con la tarea sin hacer, los del C me han montado un pollo con los exámenes, zutanito no ha presentado el trabajo… Padecemos, además, cierta tendencia a magnificar los problemas, a vivir los de nuestro alumnado como si fueran nuestros, qué digo, mucho más que si fueran nuestros. Puede que porque nos sintamos más responsables de lo que en realidad lo somos; o por vanidad mal entendida, como si el destino de cada alumno estuviera literalmente en nuestras manos. El hecho es que nos llevamos el trabajo a casa, de esto no tenemos la exclusiva, pero casi. Quizá sea, no obstante, porque consideremos que nuestro trabajo es importante. Esto sí que es sorprendente, puesto que no es que tengamos ningún indicio de que sea así. Debemos de estar muy equivocados, a la vista de que se promulgan leyes que entran en vigor a mitad de curso obligando a adaptar mil cosas (esta vez no, el Real Decreto de la nueva ‘selectividad’ para 2025 se publicó el pasado día 12); leyes nada menos que orgánicas que cambian cada menos de 10 años, por supuesto sin que hayan sido real y objetivamente evaluadas... También sigue ocurriendo que en cualquier reunión declarar que uno es ‘profe’ impacta menos que si uno se declara ingeniero espacial, cirujano o abogado. Es normal, porque estas profesiones sí que son útiles, claro.

La prueba más obvia de nuestra poca importancia quizá sea conocida cuando uno sufre algún percance de salud que le impide reincorporarse al trabajo en breve tiempo. Entonces, uno comprueba que esas cosas que tanto le preocupaban, relacionadas todas con el bienestar y la formación de su alumnado, carecen de importancia en absoluto. Es manifiesto cuando, tras unos meses de baja laboral por baja médica, la Consejería de Educación, la inspección médica y la inspección médica de la Consejería de Educación consideran irrelevante que, tras una reincorporación prematura, sea más que previsible que se necesite una nueva baja en pocos días o semanas: «no pasa nada, te vuelves a coger la baja, y ya está». Sic. Como si los alumnos fueran tornillos que apretar, que solo hace falta que te den la llave inglesa, o sacos que llenar, o patatas que pelar. Vamos, como si no fueran personas, y además en una edad bastante delicada y sensible. Es decir, que al alumno por lo visto no le afecta negativamente cambiar dos o tres o cuatro veces de profesor en un curso. Queda probada la ingenuidad del profesorado que se da importancia por la estupefacción con que recibe estas frases y su empeño en explicar que no es bueno para el alumnado.

Otra prueba son las jubilaciones en mitad del curso. La Consejería las conoce con meses de antelación, sabe el día exacto en que el profesor que se jubila ya no irá al centro. Pues bien, el nombramiento de quien lo va a sustituir no llega, como pronto, hasta el día siguiente. O sea que nada de traspaso de papeles, nada de informar de la casuística del alumnado, características, problemas o peculiaridades personales o de los grupos (algo que lleva meses conocer), planes programados, etcétera, etcétera. Qué candidez la tuya: todo eso que te llevabas a casa, que te preocupaba incluso alterándote el sueño, que te ocupaba tardes y fines de semana enteros, todo eso no le importa un bledo a nadie por encima de ti. La enorme diversidad en las aulas (TDAH, dislexias, retraso curricular, precariedad familiar, autolisis, acosos, ansiedades, adicciones…). «No te preocupes», te dicen. Y el profe que llega, ahí se apañe.

En fin, queridos y admirados profesores: no hagáis caso, sois muy importantes. 

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