Opinión | Erre que erre (Rockandroll)

Felicidad, qué bonito nombre tienes

Jutxa Ródenas.

Jutxa Ródenas.

La avalancha de nefastas noticias que cada día nos invaden es abrumadora. Seguramente esta predisposición hacia la negatividad nos viene dada por la influencia de intelectuales que, basándose en argumentos científicos, evolutivos o filosóficos nos han condicionado para recibir a portagayola las peores noticias, las mismas por las que navegamos compulsivamente mientras deslizamos a golpe de dedo la pantalla de nuestro teléfono. Espectadores, observando el horror que se muestra sin censura desde un confortable rincón que nos recuerda que el mal de otro puede llegar a ser medicina para el alma, con ese efecto potencialmente calmante que nos produce saber que estamos exentos de la barbarie que otros viven. Qué paradoja tan cruel esa explosión de serotonina, injusta, tan solo por sentirnos protegidos de una guerra retransmitida en directo, libres de convivir bajo el mismo techo que un maltratador o de que un desastre ecológico como es ese fuego, casi siempre intencionado, que abre los tristes noticieros nos dejen sin ese tejado.

Nimias noticias de interés, perniciosos indicadores económicos, penosa y corrupta política, nocivo fútbol en el tramo deportivo, poco glamour y menos encanto en los titulares de la farándula, depravadas crónicas que promocionan un libro narrado por la influencer de turno. Y ahí seguimos, bloqueados a la hora de estimular nuestros sentidos; meditar, escribir o pintar, hacer el amor... Qué poco y mal hacemos el amor. De eso se da cuenta una cuando echa la vista atrás o cuando encuentra al indicado, doy fe.

Contamos el despecho, la ira, el conflicto, la enfermedad a la que nos enfrentamos o lo mal que nos cae alguien con una facilidad pasmosa y un abuso de la confianza poco norteño experimentando, además, un desatinado sentimiento de reciprocidad. Tal vez somos, por esa extraña sensación de vergüenza tras mamar durante siglos del pecho vergonzante que es la inquisidora educación judeocristiana, incapaces de expresar el beneficio que nos produce tocar y que nos toquen, escucharnos, entregarnos y crear así todo tipo de sensaciones. Nos volvemos parapléjicos emocionales si el cuento va de exponer ante el prójimo la preeminencia que supone tener una sexualidad plena, consentida, compartida y saludable. Porque si para hacer el amor con alguien se requiere voluntad, deseo y honestidad, para contarlo sin caer en la vulgaridad o ser juzgada hay que tener sobre todo valor y ganas de compartir ese infinito de tal vez efímera pero bendita felicidad.

«Tú haces latir mi corazón, sin ti tengo taquicardia, y a veces necesito un doctor y atraco una farmacia... Felicidad, que bonito nombre tienes».