Jazz San Javier

¡A Roberto Fonseca se le caen las llaves y suena música!

Hay quien asegura que Cuba no es un país, sino un estado mental. De ser cierto, estuvo presente en el Festival de Jazz San Javier con la actuación de Roberto Fonseca

Por su parte, la catalana Anna Luna abrió la velada llevando a la localidad costera por un viaje de Barcelona a Buenos Aires

Roberto Fonseca, al piano del Jazz San Javier en su primera noche en el Parque Almansa en esta edición.

Roberto Fonseca, al piano del Jazz San Javier en su primera noche en el Parque Almansa en esta edición. / Iván J. Urquizar

Dicen que ‘Robertico’, que saltó a la fama reemplazando al increíble Rubén González en las giras del Buena Vista Social Club, ya es toda una realidad. El pianista habanero puso en pie a todo el público en la primera actuación a su nombre por estas tierras para presentar La gran diversión, su proyecto más personal, dijo, que encierra una poderosa nostalgia por una época anterior a su tiempo: la de las big bands de Benny Moré o Mario Bauzá.

Fonseca irrumpió tras sus músicos, que salieron, como él, con paso vacilón. Una figura imponente: sombrero, pajarita, traje de diseño y zapatos acharolados en blanco y negro; simpático y comunicativo, abierto, con una gran fantasía como artista. Su música sonó ecléctica en sus acentos jazzísticos y latinos, muy variada en ritmos.

Ha formado un septeto de vértigo, disciplinado, firme, y ofreció un repertorio lleno de golpes de efecto, con el vigorizante impulso proporcionado por una compacta sección de viento; rápidos, temperamentales y líricos.

La forma de tocar de Fonseca es elegante, fluida, precisa y evita lo autoindulgente

A Fonseca se le caen las llaves y suena música. Sobre una alfombra que bien podía ser voladora, tocaba a la velocidad del rayo: con dos manos produce mucho ritmo. Los dos primeros números fueron termonucleares. Bárbaro. Con ese arranque, aunque el concierto hubiera acabado ahí, ya habría valido la pena pagar la entrada. «Llévame a bailar contigo, morena...».

 El saxo barítono sonaba muscular, mientras el tenor casi intimidaba sugiriendo la grandiosidad de esta música, que puede sonar explosiva, sombría o espiritual. El batería, con el añadido de un percusionista excepcional, y el contrabajista, que se marcó brillantes solos dignos de Cachaito, son el pegamento que une la sección de viento al piano de Fonseca. Ambos estaban siempre pendientes de la rápida progresión de sus ideas, ya sea jugueteando, en momentos introvertidos o en explosiones apasionadas.

Yanim fue un comienzo perfecto: un ritmo que pronto estalla en un sabroso chachachá, dándole a Fonseca la oportunidad de deslumbrar e invitarnos a su mundo musical con cualquier estilo que le interese explorar. En su querido mambo sobre una percusión afrocubana que perfora la piel de las melodías (Maní mambo), intercaló Hey Jude; tiró de irresistible salsa en Cuando tú bailas pa’ mí. El bolero lento y soñador en honor a su madre, Mercedes (muy importante para él, confesó visiblemente emocionado), se inspira en la tradición de los preludios de Chopin, con un ataque final del piano irresistible. Antes anunció un homenaje a los músicos cubanos (Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Arsenio Rodríguez...), No me llores màs, lo primero que grabó para Buena Vista, y dirigió su solo hacia el bolero eterno Bésame mucho. El público se enganchó a cantarla; también hubo homenaje para el pianista Oscar Peterson (Oscar please stop, jugó con las palabras por la crisis que sufrió al conocer la obra del canadiense); afortunadamente no arrojó la toalla cuando su maestra de música se lo dio a conocer, y tampoco al saber de la existencia de Glenn Gould. 

Caía el sol cuando el público comenzaba a ocupar sus asientos en el graderío del auditorio San Javier.

Caía el sol cuando el público comenzaba a ocupar sus asientos en el graderío del auditorio San Javier. / Iván J. Urquizar

Después de semejante demostración por parte de Fonseca, lo mismo hubo pianistas entre el público que sí decidieron abandonar. En todo momento se mostró como un agradable anfitrión. Su forma de tocar es elegante, fluida, precisa, y evita los solos autoindulgentes. Interpretó un programa de mambo, son, danzón y bolero con su elocuencia característica y sutil invención; y hasta sacaron una mesa al centro del escenario entre voces de celebración de los orishas, mientras Roberto –que vive la santería afrocubana en un ámbito más privado– y su trío iban tomando el pulso a la velada, para dar paso a Baila mulata (ni «la furgoneta» ni «maracan sea»: es que sus músicos son «muy creativos», explicó con cariñosa sorna), otra explosión de energía que recordaba al Tequila de los Champs. Tocó con una mano en el piano de cola y otra en el eléctrico una mezcla de mambo y son cubano que puso al público en danza. Antes, el percusionista Andrés Coayo, unos de los más destacados del momento, interpretó junto a Fonseca una conga; sus manos parecían dos maderos golpeando incansables los tambores más africanos que puedas imaginar.

Recalcando el título de Cuando tú bailas pa’ mí animó a ocupar el foso, y se lanzó a interpretar esta mezcla de son, mambo, guaguancó..., toda una exhibición de percusión jazzística que rebosó de júbilo el auditorio. En ese ambiente festivo, el saxo barítono hasta se montó una conga. El público, coreando el estribillo, consiguió arrancar una generosa propina: Acércate más, Quizás, quizás, quizás, Lágrimas negras…

El pianista más apasionante de Cuba cautivó al público volviendo a sus raíces

Fonseca sabe ser íntimo, deja respirar, y sabe dejarse llevar por la espiritualidad quizás emulando a Coltrane, pero provoca numerosos contrastes y anticlímax. El cierre del concierto lo puso él, introvertido al piano, demostrando poder, fluidez y ritmo. Salió en cuarteto sin los metales, que luego volvieron , pero «ay, ay, ay, qué dolor, se acabó, se terminó». Dirigir algo así como un desfile callejero de sus músicos hacia el público fue una excelente manera de terminar.

El pianista más apasionante de Cuba ha vuelto a sus raíces cautivando al público con su mezcla de latin jazz y afrocuban. Bravísimo concierto, que no precisa de muchas palabras de encomio. Y, una vez más, gratitud.

Anna Luna, que abrió la noche en San Javier con sonidos a la vez del Mediterráneo y del Cono Sur.

Anna Luna, que abrió la noche en San Javier con sonidos a la vez del Mediterráneo y del Cono Sur. / Iván Urquízar

Mediterráneo del Cono Sur

La versátil artista de Sant Cugat del Vallés Anna Luna abrió la velada presentando su disco Argentina besa el Mediterráneo, un viaje de ida y vuelta Barcelona-Buenos Aires a través de la música de autor argentina, interpretando algunas de las piezas más exquisitas de artistas como Piazzola, Goyeneche o Chico Navarro, con sonidos propios del Mediterráneo y sutileza vocal. «Aire mediterráneo con alma del Cono Sur», así es como lo define ella.

Para Luna, catártica y epidérmica, el escenario es un lugar sagrado

Para Luna, artista de relieve, catártica y epidérmica, imaginativa y polifacética, el escenario es un lugar sagrado donde puede expresarse, soltar sus demonios, encontrarse con sus dioses, con un dominio estilístico amplio en sonoridades. Abrió con Si tú te vas ahora, de Chico Novarro, que fusionó con jazz, bolero y rumba, destacando la intervención del violín. Pacífica y serena sonó esta primera pieza, abriendo espacios. Siguieron La nave del olvido –que se transformó en algo nuevo, con aires flamencos–, una versión de Piazzolla (Chiquilín de Bachín) y una pieza del guitarrista Luis Salinas (Mujer, niña y amiga). Sola con la guitarra de Exequiel Coria («el guitarrista más flamenco de Buenos Aires»), Luna se internó en la obra de Mercedes Sosa con la Canción de las simples cosas.

Interpretó ‘La nave del olvido’ transformándola en algo nuevo, con aires flamencos

Hubo tangos, claro: Caminito, reinterpretado en clave de jazz fusión, y Garganta con arena, la oda de Cacho Castaña al Polaco Goyeneche, quien decía: «Sin emoción nada podemos decir», y con emoción se cantó, empezando con un solo de guitarra que llevaba a una especie de vals. Otro gran momento fue el Candombe de dos orillas de Novarro, con diálogo entre batería y percusión, donde también tuvo su papel un violín a lo Grapelli.

Para el bis, sola con el pianista, Luna cantó La zamba del angel, sobre unas alas que no se ven, pero protegen, despidiéndose con una de las canciones más famosas de Chico Novarro, Algo contigo, ya emblema de la música romántica, que han cantado desde Los Panchos a Calamaro. Un repertorio de clásicos del cancionero popular que suenan francamente bien, con empaque y prestancia notables. Relajante y delicado.