En su rincón

Santiago García Lorca: misterios por desenterrar

"El misterio atrae mucho a los jóvenes, y yo lo aprovecho para que aprendan al mismo tiempo. Es una manera de que, sin darse cuenta, se enganchen a la historia y el patrimonio"

Santiago, en la Vieja Catedral de Cartagena.

Santiago, en la Vieja Catedral de Cartagena. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Conocí a Santiago García Lorca hace más de 26 años, cuando vino a entrevistarme para un trabajo que estaba haciendo para la Universidad de Murcia, donde estudiaba Historia y Arqueología, sobre mi restauración de las pinturas murales de la Parroquia de San Fulgencio de Pozo Estrecho. Años después nos vimos, con el también arqueólogo Pedro Huertas, en las ruinas del monasterio de San Ginés de la Jara, que entonces estaba abierto de par, totalmente abandonado y al pairo. He seguido su carrera, sus publicaciones, sus rutas por el patrimonio cartagenero y su afición a los misterios y las leyendas que forman parte de la historia, la tradición y el imaginario popular.

Aprovechamos que hoy es uno de esos cuatro días que abre la vieja ‘catedral’ de Cartagena y allí le hago unas fotos mientras comprobamos lo poco que queda de ella: «Por lo pronto, no costaría demasiado tener abierto todos los días: no hay ni gastos de iluminación, que no hay ni techo, tan solo una persona al cuidado». Tras nuestra visita, nos bajamos a la cafetería del Museo del Teatro Romano. Hablamos de su trayectoria, sus excavaciones, sus libros y, especialmente, de su última y muy entretenida publicación: Cartagena Legendaria.

De su infancia me cuenta sus recuerdos en La Alameda de Cartagena y su orgullo de tener una madre que fue soprano. «Desde el primer año en la universidad hice prácticas en las excavaciones del Teatro Romano de Cartagena, después estuve en otras de Jumilla, Lorca, Gerona, Bilbilis (Calatayud) y en Tusculum (Italia). Como profesional he dirigido excavaciones en Cartagena, en la calle San Cristóbal y en la calle Balcones Azules. En Lorca excavé un cementerio ibérico. También he trabajado en formación y educación, sobre todo en Maristas, Salesianos y en el SEF. Como la arqueología no está suficientemente apoyada por la Administración ni por los mecenas, salvo el honroso caso del Teatro Romano, al final he compaginado todo esto con la divulgación y con la organización de rutas misteriosas, otra de mis pasiones».

Me cuenta que en 2014 empezó con los temas de misterio y con las rutas, lo que le ha permitido investigar otras visiones de la historia y la arqueología: «Me ha venido muy bien porque con ello me ha sido más fácil la divulgación para gentes que, de otra manera, no se acercarían a una visión más árida o científica. El misterio atrae mucho a los jóvenes, y yo lo aprovecho para que aprendan al mismo tiempo. Es una manera de que otras gentes que no van a las aulas, sin darse cuenta, se enganchen a la historia y el patrimonio. A mí siempre me ha gustado aquello de ‘una universidad popular’».

Yo, claro está, le pregunto qué hay de verdad en todas esas leyendas y narraciones misteriosas: «Hay leyendas que yo cuento y después, con datos, desmonto, pero también hay cosas que, a día de hoy, son inexplicables, tal vez en el futuro... El misterio muchas veces tiene una base histórica. Yo siempre pongo el ejemplo del Hombre del Saco: existió Pedro ‘El Negro’, que al inicio del año iba por muchas casas recogiendo niños para trabajar en las minas, era una manera de que las familias pobres y numerosas se quitaran una boca que alimentar y recogieran un dinero. Era muy común el trabajo de los niños en las minas, no solo en la época de los romanos, sino también en el Siglo XIX. Ante esto, muchas madres, cuando querían corregir a sus hijos, les amenazaban con el Hombre del Saco si no se portaban bien. También hay constancia de que hubo ermitaños que lo mismo cazaban un jabalí que un niño, o sanadores que recomendaban beber cierta cantidad de sangre de un niño para mantener la juventud y, aunque nos suene horrible, hasta no hace mucho. Históricamente, la realidad está llena de episodios que nos parecen ahora increíbles».

Pero no siempre todo es lo que parece, y me cuenta otros ejemplos: «En 1979 hubo un avistamiento de ovnis en Cartagena, lo vio muchísima gente y parece que no había duda, y luego resultaron ser paracaidistas iluminados en la noche. Otra cosa son los Seres de Luz, que durante siglos se han visto en el casco histórico de las ciudades, pero no hay que olvidar que entonces no se enterraba en cementerios, sino en las iglesias o en los patios de los conventos, muchas veces sin utilizar cajas, con lo que todo aquello generaba unos gases, unos fuegos fatuos, que se decía, que generaban iluminaciones extrañas en la noche». Me habla de otras leyendas como la de los lémures, unos espectros de gentes que no habían sido convenientemente enterradas, una especie de zombis que se alimentaban de carne y sangre: «Ya en época romana, los días 9, 11 y 13 de mayo había la costumbre de poner en el dintel de la puerta de casa y tirar habas negras hacia atrás, para evitar la mala suerte. Se creía que las habas negras estaban llenas de sangre y se creía que estos espíritus se contentarían con comérselas y no entrarían a la familia. Todo esto nos recuerda esa costumbre, actual aún, de tirar sal hacia atrás. La historia también lo es de las costumbres, las creencias, las tradiciones, las leyendas o las supersticiones».

Me cuenta Santiago que tiene varias publicaciones previstas, que ha entregado a imprenta un libro sobre las tradiciones de Lorca donde aparecen cosas como ‘Los acabadores’, a quienes se les encargaba acabar con la vida de los agonizantes para que no sufrieran más. Terminamos hablando de la época musulmana en Cartagena, «minusvalorada y desconocida», y de la situación arqueológica actual: «Aún queda mucho por sacar a la luz y poner en valor. Falta muchísimo presupuesto, así no vamos a ser Ciudad Patrimonio de la Humanidad: la arqueología no es un gasto, es una inversión. Aquí hay, desaprovechadas en la actualidad, un par de generaciones de arqueólogos del más alto nivel. Nos debería hacer pensar que los que ponen el dinero en muchas de las excavaciones de nuestra Región son universidades de fuera, como la de Barcelona (Cabezo Gordo, Cueva Victoria, La Bastida)». «¿Mi sueño? Que la gente conozca más su historia: es la única manera de valorar el patrimonio y de exigir que se proteja. Vivimos en el momento de lo inmediato, y la arqueología no lo es». Más razón que un Santo.