Opinión | Noticias del Antropoceno

El último clavo en el ataúd de los tories

«A esta situación se llega primero lentamente y después rápidamente». El Partido Conservador británico, el de más éxito y duración del mundo occidental, ha obtenido un resultado desastroso en las elecciones del pasado 4 de julio. Nadie se atreve a reprochar en voz alta el fracaso de los tories a su último primer ministro Rishi Sunak, entre otras cosas porque cogió las riendas del partido (y del Gobierno, porque en Reino Unido ambos eventos van unidos) cuando ya los conservadores aparecían veinte puntos porcentuales por debajo de los laboristas en todas las encuestas. Su discreta y eficaz labor como primer ministro no ha evitado que los peores augurios se cumplieran. De hecho, han sido mejores que los peores pronósticos de los últimos días de la campaña, que apuntaban a la práctica desaparición del Partido Conservador.

Los conservadores han perdido completamente la confianza de los británicos. Todo empezó con el error garrafal de David Cameron al convocar el referendum del Brexit, con el aparente sano propósito de eliminar definitivamente la amenaza que suponía para el futuro de los conservadores el Partido de la Independencia, el UKIP, comandado por un histriónico personaje, Nigel Farage, que ha reaparecido en esta campaña como un fantasma del pasado.

Era una jugada política con cierto riesgo que acabó saliendo mal. Siguiendo las buenas costumbres, que no suelen abandonar a los políticos británicos de todo signo, David Cameron dimitió inmediatamente, dando lugar a un período de inestabilidad que desembocó en un Gobierno de Theresa May dinamitado desde dentro por el que sería su sucesor, Boris Jonhson, cuya incompetencia para dirigir un país como el Reino Unido se puso en evidencia con la crisis del covid.

Y no solo eso, sino que el escándalo del Party Gate (fiestas celebradas con su equipo en plena pandemia, contraviniendo sus propias normas) destruyó el resto de prestigio personal que le quedaba, después de haber arrasado en una elecciones generales con la consigna de Get the Brexit Done.

A los tories solo les quedaba la presunción de mayor competencia en la dirección de la economía, y entonces llegó Lizz Truss con su presupuesto radical que hundió los mercados y la libra esterlina. Y todo acompañado en el tiempo por una evidente frustración con las promesas incumplidas del Brexit (que siempre fueron pura demagogia política) y un deterioro evidente de los servicios públicos. Sic transit gloria mundi.

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