Opinión | Biden, Trump y Maragall
Olga Merino
La enfermedad del poder (y viceversa)
Franklin D. Roosevelt ganó cuatro elecciones en silla de ruedas, y ni tan mal. Como presidente de Estados Unidos ideó el New Deal, que sacó al país de la gran depresión económica, y encima le tocó comandar la guerra contra los nazis. Padecía poliomielitis desde los 39 años; el asunto era público pero sin bombo ni platillo: «Chicos, nada de fotos, ¿eh?», solía decirles a los reporteros y fotógrafos que presenciaban su desplazamiento, con ayuda, desde la silla de ruedas hasta el atril en cuestión. De la misma forma, el médico personal de François Mitterrand le informó de que tenía un cáncer diseminado por los huesos ya en noviembre de 1981, año en que ganó su primera elección presidencial. Se impuso entonces una suerte de secreto de Estado durante 14 años. «No hay ninguna razón para que dimita; no me han hecho una lobotomía», declaró el mandatario francés a la salida del hospital, tras haber sido operado de un tumor de próstata en 1992, cuando saltó la liebre. El Elíseo siguió ocultando el alcance de la metástasis. Y ahora, ¿qué hacer con Joe Biden?
Resulta innegable su menoscabo en los últimos dos años. Ya en febrero, Biden (81 años) confundió al líder egipcio, Abdel Fatah al Sisi, con el «presidente de México», y ha dado la puntilla con el debate electoral que lo enfrentó al convicto Donald Trump. Titubeos, lapsus, congelación de las sinapsis. Insisto: no es edadismo, sino la evidencia de un severo deterioro cognitivo para pilotar tamaña nave. ¿Acaso no hay sustituto? Me apostaría la mano -la izquierda, por si acaso- a que ahora mismo se están asestando navajazos tabernarios en el seno del Partido Demócrata, y es muy posible que se produzca alguna sorpresa antes de la convención de agosto. Si Biden persiste en la candidatura, a buen seguro que su capacidad para ejercer el cargo centrará la campaña electoral, con Trump en el papel estelar de fogonero: palas y más palas de carbón a la locomotora. Mentirá si hace falta, tergiversará, magnificará los posibles deslices de su rival, aunque él mismo tenga 78 años, también confunda nombres y se quede sobado en los juicios. La enfermedad convertida en arma arrojadiza.
Horripila la psicopatología de Trump en sus manejos políticos, pero aquí, en casa, también déjalos correr. Me refiero a los carteles de las últimas municipales, donde aparecían Ernest y Pasqual Maragall bajo la leyenda ‘Fora l’alzheimer de Barcelona’, en alusión a la edad del candidato de ERC (81 años hoy) y a la triste dolencia neurodegenerativa que padece su hermano, el exalcalde olímpico de la ciudad. Feo, rastrero, repugnante. Pero hete aquí que una investigación periodística del diario Ara ha destapado que los pasquines mefistofélicos salieron del mismo seno del partido republicano, con el fin de caldear el debate y ayudar a un Maragall, descolgado en las encuestas, mediante el juego a la contra. Nadie sabía nada, pero ahora junqueristas y roviristas andan a la greña. Un Macbeth casolà. «The deed is done»; toca lejía a manta contra el fake. n
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