Opinión | Tres en línea

La decadencia de Occidente

El primer ministro británico, Rishi Sunak

El primer ministro británico, Rishi Sunak / Europa Press

El Reino Unido vota hoy en unas elecciones bajo el síndrome del declive y en las que se espera una contundente victoria del laborismo que ponga fin a casi tres lustros de catastróficos gobiernos tories.

Visto en perspectiva, podría decirse que las élites conservadoras y liberales inglesas fueron las primeras que se dejaron contaminar del populismo rampante en todas las sociedades desarrolladas. Quizá no de palabra (aunque también), pero sí de hecho. El referéndum sobre la salida de Europa, el radicalismo antiinmigración, la merma de recursos para los servicios públicos, los vaivenes en la política económica (un día amanecían proteccionistas a ultranza y otro comulgaban con el neoliberalismo más contumaz)… todo han sido cesiones a los postulados de los movimientos más reaccionarios.

Cameron, May, Johnson, Truss, Sunak. Es difícil encontrar una secuencia de dirigentes políticos más incapaces y que hayan demostrado mayor irresponsabilidad en el cumplimiento de sus funciones. En consecuencia, el legado que dejan es el de un Reino Unido más aislado, más empobrecido, menos relevante y más dividido que nunca en su historia reciente. Que les sustituyan los laboristas (cuyo desempeño también dio alas al Brexit) no significa que la quiebra esté en vías de superarse.

La semana se cerrará, este domingo, con la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas. Macron quiso hacer un ‘pedrosanchez’, llamando a las urnas la misma noche en que la extrema derecha de Le Pen se impuso en las europeas. Pero Pedro Sánchez no convocó las generales del 23 de julio pasado en España, tras la debacle que para el PSOE supusieron las últimas autonómicas y municipales, sólo por arrojo, aunque hay que tenerlo para lanzarse a la piscina mientras los tuyos aún están llorando por la leche derramada, sino fruto de un cálculo bien medido: el PP, solo o en compañía de Vox, había logrado conquistar un inmenso poder territorial el último domingo de mayo, pero la diferencia en papeletas no era tanta como los gobiernos ganados pudieran hacer ver. Para Sánchez, lo básico era no dar tiempo a que ese predominio territorial del PP se tradujese en una riada de votos en las siguientes elecciones. Lo consiguió.

Macron, sin embargo, no tuvo en cuenta que Le Pen los votos ya los tenía, en una dinámica de ascenso constante. Tampoco calculó que la izquierda iba a ser capaz de unirse en un frente común. Al contrario, pensó que precipitando las elecciones la izquierda más moderada cerraría filas con él. La jugada no le ha podido salir peor. Son sus votantes ahora los que van a tener que apoyar en muchos casos a los candidatos de ese frente común de izquierdas si quieren frenar a la extrema derecha. Ha puesto a esos electores ante un terrible dilema, porque del otro lado de Le Pen está el redivivo, aunque renqueante, socialismo francés, pero también la izquierda radical de Mélenchon. Y él personalmente ha hundido cualquier atisbo de prestigio que pudiera quedarle.

Si las encuestas no se equivocan, Le Pen tiene difícil pese a su victoria formar gobierno. Pero, con ser eso importante, tampoco es lo fundamental. Lo verdaderamente preocupante es que uno de cada tres franceses ha votado a un partido de extrema derecha. Y esos votos van a seguir ahí, no se van a volatilizar porque la aritmética electoral y luego parlamentaria disimule tan negro escenario.

Ocurra lo que ocurra hoy en Reino Unido y el domingo en Francia, en ambos países están pasando cosas que los partidos defensores de la democracia liberal no están sabiendo combatir. Son una enorme fuente de inestabilidad y contagio de las peores políticas. No les quiero ni contar ya en España, donde la lealtad institucional (no sólo entre los partidos pilares del sistema, sino entre los poderes que lo conforman) ha sido desterrada a mayor gloria de todos los outsiders que quieran echar su cuarto a espadas, da igual si son jueces, aprendices de político, dirigentes sin sentido de Estado o analfabetos influencers. Y Meloni ya ha llegado y los neonazis alemanes están a las puertas. Y en EEUU los demócratas y sus corifeos prefieren poner el acento en los lapsus de Biden que en las amenazas de Trump. Creíamos que Spengler estaba más que superado. Pero habrá que releerlo. Putin y Xi Jinping ya lo han hecho.

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