Opinión | Olvido y memoria

Juan Bautista Sanz

Ramón Martínez Artero, diplomático

Le recuerdo con frecuencia cuando mis ojos repasan algunos objetos que me traen su memoria, aquella que me contagió de la belleza que a él le rodeaba. Persona muy sensible y cultísima; había sido de todo en la diplomacia española de los años 50, anteriores y posteriores. Cónsul en el París ocupado por los nazis, embajador en Italia durante el régimen de Franco. Fue un pionero coleccionista y entusiasta de las artes, de todas ellas, desde su juventud. Murciano de nacimiento en 1903, ejerció de tal en la plenitud de su recorrido vital y emocional, conservando siempre su viviendo en la capital junto al Royo y una casa familiar en Mula.

Don Ramón Matínez Artero gustaba de la enseñanza y del magisterio. En su casa eran frecuentes las tertulias y visitas organizadas con personajes encendidos de curiosidad; con sus amigos Juan González Moreno, Benjamín Palencia o Andrés Conejo entre otros muchos, por decir solo de artistas que compartían ilusiones y vivencias. Una de ellas y muy importante, fue la actuación de nuestro diplomático en la capital francesa durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. Se ocupó en un deber impuesto a sí mismo, por su lealtad a España y su relación con los artistas españoles de la Escuela de París, que encabezaba el propio Picasso, de la protección de los estudios y viviendas de la élite artística española residente en Francia: Bores, Flores, Grau Sala, Clavé, etc., unos por razones políticas, otros por su residencia habitual en el país vecino. Así las cosas, Martínez Artero, personalmente, con nocturnidad si hacía falta, pintaba las fachadas de aquellas casas con un rótulo de grandes trazos que indicaba «Propiedad española», santo y seña que los alemanes, dadas las circunstancias de la guerra, respetaban en su cortejo al régimen de Franco. 

No le valieron prendas al murciano en atender a todos en peligro cualquiera que fuera su significación política. Fue entrañable amigo de aquella comunidad artística tan importante en nuestra pintura y escultura del siglo xx. 

En Roma ejerció de embajador cuando la Academia Española allá logró sus mejores éxitos que también proporcionaron lustre a artistas españoles (y murcianos) sirviéndoles de magnífico anfitrión a todos ellos que consiguieron becas de estudio en la capital italiana. Andrés Conejo y Antonio Hernández Carpe fueron dos de ellos.

Inexplicablemente se encuentran hoy muy escasas referencias de la actividad profesional y personal del insigne e inolvidable diplomático, en un borrado acusadamente injusto. 

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