Opinión | Allegro Agitato

Noches de verano

Berlioz creó la música de programa con la ‘Sinfonía fantástica’, cuyo argumento trataba de un artista enamorado de una mujer que no sabe que existe

Sátira de Hector Berlioz dirigiendo una orquesta. Grabado de Andrea Gaiger.

Sátira de Hector Berlioz dirigiendo una orquesta. Grabado de Andrea Gaiger.

Siempre asocio a Hector Berlioz con caricaturas en las que dirige orquestas descomunales en número y variedad de instrumentos, con un público que parece enloquecer por la potencia decibélica alcanzada. La realidad supera estos dibujos, ya que en el estreno del Te Deum participaron más de novecientos ejecutantes. Ante tanta desmesura, supone una paradoja escuchar Nuits d’été (Noches de verano), una obra tan elegante, sutil y exquisita como enigmática y desconcertante. Me hace creer que hay otro Berlioz que se escapa de estos clichés: un Berlioz íntimo, alejado de estridencias. Examinando su vida, me atrevería a decir que fue una persona guiada permanentemente por el amor.

Hector Berlioz nació en 1803 en un pequeño pueblo cercano a los Alpes, donde su padre era un médico que educó a su hijo para que siguiera su oficio. Estudió guitarra, un instrumento que no hacía prever su gusto por las sonoridades grandiosas. A los doce años tuvo su primer amor, no correspondido, Estelle Dubœuf, una vecina de dieciocho años, y realizó sus primeras composiciones. Se trasladó a París para estudiar Medicina, donde disfrutó de la vida cultural y musical de la ciudad, y allí reafirmó su vocación de compositor.

Berlioz era tenaz: hasta en cinco ocasiones se presentó al Premio de Roma para convencer a su familia de su valía como músico. Una representación de Hamlet de Shakespeare fue el inicio de su pasión por la actriz irlandesa Harriet Smithson, a la que persiguió obsesivamente, sin éxito, durante varios años.

En 1830 ganó el premio de Roma, escribió la Sinfonía fantástica y se comprometió para casarse. Tras ser desdeñado por la actriz, se enamoró de una pianista, Marie Moke, y la pareja planeó casarse. El estreno de esta sinfonía, una obra totalmente innovadora y revolucionaria, alcanzó un enorme éxito. Berlioz creaba la denominada ‘música de programa’ y el argumento trataba de un artista enamorado perdidamente de una mujer que no sabe que existe.

Poco después del concierto, Berlioz partió para estudiar en Roma, pero regresó pronto: Marie había roto su compromiso, instigada por su madre. Berlioz planeó cabalgar hasta París, matar a Marie, a su madre y a su pretendiente para, a continuación, suicidarse. Pero en Niza se lo pensó mejor y volvió a la ciudad eterna, donde comenzó a trabajar en la secuela de la Sinfonía fantástica, Le Retour à la vie (El regreso a la vida).

Ya, en París, Berlioz presentó en concierto estas dos obras y consiguió que Harriet Smithson asistiera, como también lo hicieron Liszt, Chopin, Paganini, Alejandro Dumas, Heine y Victor Hugo. 

Harriet comprendió los mensajes ocultos, accedió a conocerlo y se casaron en 1833, matrimonio del que nació su único hijo. Precisamente Paganini, que le encargó Harold en Italia, una sinfonía con viola obligada que inicialmente no gustó al italiano, tras asistir a una interpretación le envió un cheque de 20.000 francos que le permitió saldar deudas y concentrarse en la composición, que tenía que compaginar con la crítica musical.

Mientras tanto, su matrimonio había ido decayendo, tanto como la carrera artística de Harriet, que se volvió celosa y posesiva. Y es en este momento, hacia 1840, cuando Berlioz compone Nuits d’été, una serie de seis canciones con piano sobre poemas de Teophile Gaultier. Los títulos parecen propios de una serie crepuscular: Le spectre de la rose (El espectro de la rosa), Absence (Ausencia), Au cimetière (En el cementerio)… Teniendo en cuenta la situación de la pareja, y que los poemas forman un ciclo que pasa de la alegría de vivir a la muerte de un ser querido, la destrucción de su memoria y el comienzo de un nuevo futuro, no hace sino narrarnos su relación con Harriet. Este nuevo futuro sería Marie Recio, una cantante con la que comenzó una relación. Ella le acompañaría ese año en una gira por Alemania, donde Berlioz era muy a preciado como compositor y como director, lo que le proporcionaba el prestigio y el dinero que no recibía en París. Hector y Harriet se separaron, aunque solo la muerte de Harriet permitió su boda con Marie. En 1856 completó la orquestación casi camerística de Nuits d’été, que nunca se interpretó completa ni en vida de Berlioz ni durante todo el siglo XIX. Pero la felicidad no fue larga: Marie murió de forma repentina en 1862 a la edad de 48 años.

En sus últimos años, Berlioz vivió la frustración de no poder estrenar completa su obra magna, Les Troyens (Los troyanos), que se unió al dolor por la muerte de su hijo. Al final de su vida, Berlioz recordó a Estelle, su primer amor, que también había quedado viuda. La visitó y escribió con asiduidad, aunque ella rehusó su petición de matrimonio. Durante una estancia en Niza para recuperarse de una gira por Rusia, Berlioz sufrió una caída. Se debilitó gradualmente y murió en París en 1869. Fue enterrado en el cementerio de Montmartre con sus dos esposas, a las que inhumaron para enterrarlas junto a él.

En su testamento dejó a una cantidad económica para Estelle. Quizás no fue un amor de verano, de esos que duran tres meses, ni un amor inmortal, que ya saben que son más breves, pero sí fue el amor que le acompañó, en su mente, a lo largo de toda la vida.

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