Opinión | Retratos

Juan Ballester

'Carlos Moisés, solo soy el que veo', por Juan Ballester

Carlos Moisés García.

Carlos Moisés García. / Juan Ballester

Cuando comencé a escribir este texto sobre sobre Carlos Moisés García, lo primero que hice fue acudir a unas notas biográficas que tomé el día que quedamos en mi casa para hacer los retratos. Lo cierto es que no sabía muy bien cómo empezar a presentarlo, si como gurú del hinduismo, como un maestro yogui, como miembro de una especie de seguidores de los esenios (secta judía de los tiempos de Cristo y a la que pertenecía el mismo Jesús), como un afamado fotógrafo murciano especializado en el paisaje y, sobre todo, en fotografiar magistralmente las obras de Salzillo…

El día que llegó a casa, aún no lo conocía personalmente; sólo sabía de él a través de sus espectaculares imágenes de Salzillo y, sobre todo, porque en 2008 abandonó todas sus actividades profesionales, su vida familiar y se integró en AUN (Acción por la Unidad Mundial) -una especie de organización semi religiosa con una de sus sedes en la Sierra de Michoacán (México)-, acontecimiento que convulsionó el mundillo fotográfico murciano, tanto, que ahora, al pretender retratarlo, no podría decir muy bien si lo hacía por tratarse de un buen fotógrafo o, simplemente, por ser alguien con una vida, una personalidad y una apariencia, digamos que poco convencionales. Posiblemente por ambas razones.

Inevitablemente, una persona que da un giro así a su vida y que, además, viste con una especie de hábito blanco inmaculado y ha adoptado una estética como de profeta sagrado, cuando estás con él te impresiona, aunque no sepas muy bien el sentido último de esa emoción que sientes. Por un lado, estás deseando oírlo hablar, contar sus experiencias, saber de sus razones para haber terminado adoptando una de aquellas frases tan recurrentes en los antiguos boleros que se escuchaban en nuestra época de niños: «Por ti lo dejo todo». Pero, claro, por otro lado, una actitud así, tan valiente como estrafalaria, nos hace ponernos a la defensiva achacando ese tipo de ‘comportamientos’ a su posible estado mental. Sin embargo, en muy pocos minutos, cuando comienza el diálogo y de repente notas que has pasado a ser tú el protagonista del encuentro, rápidamente, no sólo te desprendes de todos tus prejuicios hacia él, sino que hasta sientes que te están fluyendo unas ideas bastante subterráneas y muy poco relacionadas con tu vida y con el mundo que normalmente sueles construir.

Una de estas ideas, seguramente la más radical, estaba relacionada con los retratos que suelo hacer. Cuando le decía que mirara al objetivo, su mirada se vaciaba de contenido y era como si allí no hubiese alguien con ‘alma’. Al ver que se me estaba escapando la persona, le sugerí que mirase donde quisiese pero que intentase ser él mismo. Entonces, plantó sus ojos en un punto fijo, se concentró y de repente su cara comenzó a iluminarse. Estaba claro, por vez primera estaba fotografiando a un hombre cuya mirada más auténtica y profunda había renunciado al exterior para dirigirse hacia su interior, como diciéndonos: No somos el que ven, sólo somos el que vemos. 

Suscríbete para seguir leyendo