Opinión | Los dioses deben de estar locos

El samurái de la Mancha

Como don Quijote era demasiado poderoso para simplificarlo, el reto consistía en respetar la obra de arte en sí misma, y la expresión de su propia trascendencia, para llevarla al Japón, naturalizarla en su cultura milenaria e incorporarla a ella. Keisuke se sirvió del chou, del libro ilustrado japonés, para lograr una transmisión perfecta

'Don Quijote ante el Caballero de la Blanca Luna', de Serizawa Keisuke. Fuente: Fraleigh, 'Review of Japanese Culture and Society 18' (2006)

'Don Quijote ante el Caballero de la Blanca Luna', de Serizawa Keisuke. Fuente: Fraleigh, 'Review of Japanese Culture and Society 18' (2006)

La obra de arte dentro de una cultura globalizada y masiva corre el peligro de difuminarse. Desde la segunda mitad del siglo XIX artistas europeos, como William Morris, se resistieron a la degradación artística de la civilización industrial; su movimiento de Artes y Oficios reivindicaba el trabajo artesanal frente al industrial. En Japón surgió una corriente intelectual y artística llamada ‘Mingei’, creada por Yanaqi Muneyosi, que valoraba la tradición manual mucho más que producción industrial. A ella pertenecía el gran artista Serizawa Keisuke. Keisuke fue célebre por sus diseños textiles. En consonancia con la defensa de las técnicas tradicionales y del valor artístico del trabajo manual, adaptó las técnicas del diseño textil arraigadas en la tradición japonesa y las enriqueció con el lenguaje artístico del arte popular, elementos tomados del arte tradicional coreano, la caligrafía china y las miniaturas indias.

Su planteamiento era básicamente un retorno a la tradición frente al industrialismo y contra una forma perversa de occidentalización. Por eso, su aproximación al Quijote fue sorprendente cuando el coleccionista norteamericano Carl Keller encargó a Keisuke una adaptación de la novela. El milagro ocurrió en 1937. Keller no quería una edición más de las aventuras del manchego, su historia ya había sido traducida al japonés desde comienzos del siglo. Pretendía, y Keisuke lo entendió, una traducción visual, una adaptación libre, genuinamente nipona. En ella, no habría pretensión alguna de occidentalizar Japón, de introducir en su cultura un elemento extraño. Como don Quijote era demasiado poderoso para simplificarlo, el reto consistía en respetar la obra de arte en sí misma, y la expresión de su propia trascendencia, para llevarla al Japón, naturalizarla en su cultura milenaria e incorporarla a ella. Keisuke se sirvió del ‘chou’, del libro ilustrado japonés, para lograr una transmisión perfecta. La historia perdió su forma española y fue ambientada en tiempos del período Edo

Don Quijote quedó convertido, como por arte de encantamiento, en samurái. Con él, todos los personajes que lo acompañaban experimentaron análoga transformación. El cura, inseparable de la historia, aparece con el hábito de un monje budista; los duques burlones que reciben a caballero y escudero, son en todo semejante a nobles japoneses con ropas tradicionales y su palacio es un castillo nipón. Una fantasmal pagoda aparece en el interior de la cueva de Montesinos, cuyo guardián lleva hábito, báculo, amplia túnica y larga barba, como si fuera una divinidad taoísta. Entre las hazañas de nuestro caballero no está la de dominar a un león salido de un carro, sino a un tigre. La célebre penitencia en Sierra Morena se desarrolla como si fuera la práctica ascética de un monje budista en las montañas. El caballero aparece desvestido, sentado en meditación frente a una cascada, mientras las aguas caen libres entre las rocas. Parece un anacoreta a punto de sumergirse en ellas, para la preceptiva purificación ritual. 

La grandiosa aventura de los gigantes fue adaptada plenamente a la estética Edo. Siendo los molinos de viento desconocidos en el Japón, el artista determinó que el samurái de la Mancha avanzara, lanza en ristre, contra las norias. Paisajes, vegetación, caminos, interiores. Todo queda transformado. Las mujeres llevan quimonos tradicionales, los religiosos hábitos budistas. Don Quijote exhibe la tradicional coleta y sus armas se corresponden exactamente con la panoplia japonesa, incluyendo el casco con cresta kuwagata, apreciable cuando es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna. 

La creación artística, de donde nació don Quijote, emana de una poderosa fuerza primordial que no puede ser destruida. Escapa felizmente a la degradación de la industrialización masiva y de la razón técnica. El hidalgo de la Mancha se adapta a todo, con tanta facilidad, como si estuviera ayudado por los hechiceros de su propia historia. Asume la forma y el rostro de quien lo mira y lo hace suyo. Goza de la fuerza suprema y universal del mito, de su sabiduría y su inmortalidad. Se llama grandeza. 

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