A pijo sacao
Los independentistas españoles y el eficaz engrudo europeo
Aunque hablen de fueros ancestrales, los nacionalismos periféricos en este país son, como casi todo el mundo sabe, un invento de la burguesía populista del siglo XIX, que de esta forma reaccionó a la pérdida de las oportunidades económicas que derivaban de la explotación inmisericorde de las colonias del imperio.
Cuando se acabó el imperio español, por obra y gracia de los descendientes de los conquistadores españoles que habían echado raíces, se acabó la fiesta para los advenedizos indianos gallegos, vascos, asturianos y catalanes. Pero no solo para ellos.
El movimiento que siguió fue una imparable pulsión centrífuga, que dio lugar a la Primera República, con su esencia federal y su deriva cantonal. Parece que la vergüenza insoportable de perder un imperio siempre se manifiesta en el redescubrimiento de las patrias chicas y de las tradiciones pueblerinas.
De aquella situación de entropía territorial, permanecieron ecos irreductibles en el siguiente siglo en forma de aspiraciones secesionistas de Cataluña, Euzkadi y Galicia, consagradas y perpetuadas en la Segunda República y en las consiguientes victorias del Frente Popular, avanzadilla literal de las actuales mayorías frankenstein.
La Transición Democrática, por su parte, encontró una solución (ya veremos si transitoria o provisional) con el ‘café para todos’ quasi federal y una Constitución que consagra, por el contrario, la unidad de la nación española. La realidad, visibilizada en el intento de secesión unilateral de Cataluña, es que el nuevo pegamento que sujeta España es el que nos presta la Unión Europea, eficaz sustituto de nuestro imperio perdido. Los independentistas no quieren ser españoles, pero tienen que pasar por el aro si quieren seguir siendo europeos. Curiosamente, esta Unión Europea fue forjada por los herederos del Sacro Imperio y nuestros sempiternos aliados franceses.
La historia es siempre circular y los pueblos tienden a solucionar sus problemas, primero a garrotazos y después, cuando no queda más remedio, de forma civilizada.
En eso estamos.
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