Entrevista

"El arte y la ciencia son imprescindibles para comprender el mundo"

"Tengo más fe en el ecosistema que en las personas, pero mantengo la esperanza de que con conocimiento y sensibilidad recuperaremos el Mar Menor", asegura

Ángel Pérez Ruzafa.

Ángel Pérez Ruzafa. / Juan Ballester

Javier Vera

Javier Vera

Recientemente fue condecorado con la Orden del Mérito Civil, impuesta por Su Majestad el Rey Felipe VI, por una trayectoria profesional enfocada en «el lado positivo que la ciencia puede tener en la sociedad». ¿Cómo recibe este reconocimiento?

Con sorpresa, con profundo agradecimiento y sintiendo una mayor responsabilidad, si cabe, por trabajar con intensidad y todo lo bien que uno sea capaz. Soy consciente, y así nos lo expresó S.M. el Rey Felipe VI, de que no se me otorgó por méritos propios, sino representando a todos los que asumen su trabajo como algo esencial en sus vidas contribuyendo a que todo funcione y vivamos en un entorno mejor.

¿Qué le llevó a estudiar Biología en la Universidad de Murcia en la década de los 70?

Empecé mis estudios de biología en la UMU en el año 1975, como primera promoción, pero los terminé en la Universidad de La Laguna en 1980, donde fui a estudiar la especialidad de Biología Marina. La razón, investigar el funcionamiento del Mar Menor. No es raro que los que nos dedicamos a la ecología lo hayamos hecho motivados por un fuerte vínculo emocional con un ecosistema particular que ha marcado nuestra vida. En mi caso, he crecido con el Mar Menor como escenario de toda mi infancia y adolescencia, marcado por fuertes vínculos familiares y motivado por la curiosidad por conocer su funcionamiento y salvarlo de las presiones humanas. Sentimientos e inquietudes inculcados por mi padre, con el trasfondo de una carpeta de mi abuelo que tenía escrito en la cubierta «El Mar Menor en Peligro», fechada en 1953 y que contenía artículos de periódico escritos por ambos, fotografías de lodos en las ramblas y un acta notarial denunciando los vertidos mineros a la laguna. Con esta impronta, la ecología y el estudio del Mar Menor no son una actividad profesional a la que uno dedica su vida, sino que constituyen lo que eres. De ahí que constatar cómo tu capacidad de conocerlo va siempre más lenta que las presiones que tienden a destruirlo tenga un fuerte componente de angustia existencial.

También es licenciado en Bellas Artes por la UMU, un claro ejemplo de que la ciencia y el arte pueden confluir más de lo que pensamos, ¿no?

Sin ninguna duda. El arte y la ciencia son dos aspectos de nuestra principal adquisición evolutiva, la capacidad de detectar patrones y regularidades en un mundo aparentemente caótico, para anticipar los problemas y poder evitarlos. La ciencia aprovecha esa capacidad de nuestro cerebro para interpretar y explicar los procesos naturales, el arte y los artistas, generar patrones, de forma, color, composición, ritmo, sonido, que hacen que nuestro cerebro quede enganchado en ellos tratando de descubrirlos e interpretarlos. Pero más allá de eso, estoy convencido que las grandes verdades no se aprenden con la razón, sino con los sentimientos, y la práctica artística es esencial para mantener abierta esa ventana. El arte y la ciencia son imprescindibles para comprender el mundo.

Como catedrático de Ecología, ¿qué trata de ‘despertar’ e inculcar en su alumnado?

Sobre todo, el sentido crítico, la transcendencia de los principios básicos de la Ecología y la capacidad de hacerse preguntas relevantes y buscarles respuesta aplicando el método científico. La Ecología es una ciencia holística que integra y estudia las relaciones del hombre con la naturaleza y nos da las pautas de cómo se autoorganizan los sistemas complejos y cómo combaten la tendencia inevitable hacia el desmoronamiento. Comprender sus fundamentos nos sirve para entender cómo nos desarrollamos nosotros mismos, cómo construimos nuestro cuerpo y nuestra personalidad, cómo gestionar una empresa o por qué terminan desapareciendo los imperios. Hacerse preguntas en este contexto, no solo es apasionante, sino que es esencial para dar respuesta a problemas básicos de gestión, no solo sobre conservación de la naturaleza. Pero todo esto, sin esa capacidad de reflexión, sin sentido crítico a la hora de detectar errores e identificar la verdad, propia o de la información que nos viene del entorno, no serviría para absolutamente nada.

¿Por qué cree que resulta tan difícil el consenso político a la hora de encontrar las mejores soluciones a la delicada situación que atraviesa el Mar Menor?

Simplemente por la mediocridad generalizada en la que nos movemos y que se expande. Y no me refiero a tener limitaciones, que tenemos todos, sino, precisamente, a la falta de sentido crítico, a creerse más listo que los demás y no soportar que otros puedan arrebatarte ese sentimiento y dejarte en evidencia. La inteligencia es un bien escaso, pero listillos, convencidos de que pueden engañarnos impunemente, hay muchos. Cuando las prioridades son imponer tus criterios, mantener el poder, enriquecerte manipulando a los demás, es difícil plantear bien los problemas y sentarse con otros a buscarles soluciones.

¿Se puede ser optimista de cara al futuro en este sentido?

No lo soy demasiado, pero me impongo a mí mismo serlo. He dicho más de una vez que tengo más fe en el ecosistema que en las personas. En un mundo en el que no se comprende e incluso se denigra, haciendo gala de ello, la importancia del esfuerzo, que oponer resistencias a los flujos de energía es imprescindible para construir algo, desde uno mismo a los ecosistemas o cualquier estructura social, es difícil que logremos hacer nada que valga la pena. Esto es simplemente física y, ahora que se habla tanto de soluciones basadas en la naturaleza, deberíamos aprender de ella. Si perdemos la fe en que se puede combatir la segunda ley de la termodinámica, lo perderemos todo, por tanto, mantengo la esperanza de que con conocimiento y sensibilidad lograremos recuperar el Mar Menor y nuestro entorno en general.