Festival

Jazz San Javier: supo, sencillamente, a gloria

La velada que ofrecieron Russell Malone y Cyrus Chestnut en San Javier, con Joan Mar Sauqué abriendo el escenario de esta doble dosis de jazz, remitió al público al sonido más clásico y eterno con unas actuaciones repletas de buen gusto, respeto al género y amor a sus grandes iconos

Rusell Malone, en el Jazz San Javier.

Rusell Malone, en el Jazz San Javier. / Loyola Pérez de Villegas

Vuelta al jazz más clásico en una mucho más que apreciable velada repleta de exquisitez y buen gusto, con sorpresas, sabiduría, estrenos y descubrimientos como el de la vocalista afroamericana Ekep Nkvelle, que actuaba por primera vez en España acompañando al formidable cuarteto codirigido por Cyrus Chestnut y Russell Malone. Su paso por Jazz San Javier fue una auténtica revelación. Supo, sencillamente, a gloria

El trompetista catalán Joan Mar Sauqué abrió este programa doble con un quinteto que incluía como invitada a la pianista y vocalista de Oklahoma Champian Fulton. Dijo que la habían conocido personalmente esa misma mañana, pero su integración fue total.

Sauqué no ha cumplido los 30 y ya ha creado un universo propio y original, capaz de interesar a jazzistas acérrimos y curiosos en general. Sin ser dogmático, se reconoce en la tradición, en el dogma. Su universo es el swing, con claridad tonal, trabajo en equipo y detalles sutiles. Definen sus coordenadas estéticas Chet Baker, Clark Terry y Fats Navarro, al que dedicaron Fats left too fast, un tema compuesto con motivo del centenario de Navarro –la escribió a los 26, edad que el trompetista americano tenía cuando murió–. Y dedicó un tema de Leroy Jones, Louie’s lamentation, una marcha fúnebre de Nueva Orleans, a Quino, muy querido miembro del equipo Jazz San Javier fallecido repentinamente –Alberto Nieto subió al escenario para hacer una sentida semblanza de su compañero; el equipo creado por Nieto fue capaz de situar Jazz San Javier entre los más destacados festivales–.

Joan Mar Sauqué-

Joan Mar Sauqué- / Loyola Pérez de Villegas

Joan Mar Sauqué ha sabido rodearse de músicos en los que confía, que faciliten que las melodías se escuchen sin trabas. Los hermanos Casares se encargan con oficio de batería y saxo tenor, y el contrabajo de Giuseppe Campisi resulta una buena elección para explicar sus cosas con una delicadeza exquisita. A ellos se sumó la pianista y cantante Champian Fulton en plena forma. Con cada nota que toca, rinde homenaje a las leyendas del jazz que la precedieron. Su canto, expresando la letra con pasión y dinamismo, es como un retroceso a la década de los 40, mientras que su forma de tocar el piano es más de los 50. Si bien muestra una variedad de influencias (como Dinah Washington y Red Garland), siempre suena como ella misma.

El concierto comenzó a golpe de swing sin concesiones con Salute to the band boy, cantando Fulton con un deje a la Holliday; siguió Lullaby for Art, una joya propia de ritmo medio rápido que avanzó de manera impresionante, y apoyándose ella misma en el piano y también con el quinteto, cantó I cried for you; hizo gala de su discurso sólido y su fraseo cristalino en Bubbles, bangles and beads, un clásico de los 50, donde su voz se mostraba maravillosa, y pisaron el acelerador con It’s all right with me, un standard de Cole Porter, iniciado por la batería y culminado por un chispeante y endiablado solo de piano mirándose sin complejos en Oscar Peterson, una intervención que Sauqué no dejó sin una contestación igual de contundente con su trompeta. Tras interpretar Strictly romantic –balada del saxofonista alto de los 50 Gigi Gryce, muy querido por Gillespie y Coltrane, que luchó por los derechos de los compositores–, aprovechó para lanzar un alegato contra Spotify. En el bis dejaron espacio para una diablura de Count Basie: Evening, que cantó Fulton con un formidable swing: «Sabíais que yo quería hacer otra canción» Se ganaron merecidamente la ovación en pie.

Jazz eterno

«‘Ladies and gentlemen’, lo que van a oir está diseñado para sus oídos y solo para sus oídos. Es la verdad», dijo Cyrus Chestnut al introducir al cuarteto que colidera junto a Russell Malone. Y continuó con su buen humor presentando Cured and season, «del compositor favorito de mi madre: yo». Chestnut, que fue pianista de Betty Carter y es una de las figuras principales del género, siempre ha aportado una palpable sensación de alegría a su forma de hacer música, y el jazz es más cuestión de forma que de fondo. Es un pianista maravilloso, parecido a Oscar Peterson en su apogeo: uno de esos pocos que no siempre intenta impresionarte. No necesita intentarlo. Entre sus muchos atractivos está su inclinación por las melodías; sonaron algunas compuestas por él, otras ya conocidas, y otras que simplemente aparecían mientras tocaba.

Cyrus Chestnut, en el Jazz San Javier.

Cyrus Chestnut, en el Jazz San Javier. / Loyola Pérez de Villegas

El guitarrista Russell Malone ha sido un excelente acompañante de Ron Carter, Harry Connick Jr. y Diana Krall, pero siempre es un placer cuando dirige –en este, caso junto a Chestnut– su propio proyecto. Este cuarteto, donde también están el contrabajista Darryl Hall y el baterista Willie Jones III –otro intérprete impresionante; fue miembro durante mucho tiempo del quinteto de Roy Hargrove–, ilustra cómo el estilo de Malone está firmemente arraigado en la tradición del jazz directo, y al mismo tiempo mantiene una sensibilidad moderna. La actuación destacó por mantener el flujo lírico. La principal preocupación del guitarrista es ofrecer un lenguaje musical moldeado y comunicativo, en lugar de algo ensimismado. No es agresivo en el escenario. Sus armas preferidas son el encanto, la amplia sonrisa y los silencios entre frases.

Chestnut siempre busca el gancho melódico simple y revelador cuando improvisa. Malone, en sus solos, hacía lo mismo, dando testimonio de la forma en que ejercía su influencia sobre una banda. Para los improvisadores, mantener la concentración y la intensidad sin recurrir a la mera exhibición no es sencillo. El set transcurrió rápidamente, pero hubo momentos –You and the night and the music– en que la inventiva lírica de Chestnut decayó un poco, y en esas ocasiones fue aún más notable escuchar cómo Malone volvió a encarrilar las cosas con más claridad, con mimo. Este soberbio guitarrista rítmico y solista de extraordinaria inventiva nos hizo flotar con su sutileza en Polka dots and moonbeams, y con la guitarra sin enchufar acompañó a Ekep Nkvelle en el blues CC Rider.

Malone tiene un tono distintivo que lo distingue. Su uso inteligente del vibrato recuerda al de Charlie Christian, y porsupuestoo a Wes Montgomery, del que tocó Road song; también tiene un tono oscuro y denso más agradable al oído que el de muchos guitarristas con tonos brillantes; emplea una finísima técnica sin ánimo de sobresalir; más bien, su ubicua expresividad lo hace un excelente interlocutor del contrabajo y del piano. Destacó la gran interacción entre Malone y Chestnut en Come Sunday, himno gospel de Duke Ellington, con especial atención al espacio, el detalle y la coloración.

La vocalista Ekep Nkwelle –de orígenes cameruneses, nacida en Washington– fue un añadido interesante y un feliz descubrimiento. Con poco más de 25 años, cautivó al público su fuerte presencia lírica y una extraña conexión con el fraseo, a la vez sólido y volátil. Comenzó con un jazz muy inclinado hacia el gospel y el soul. Hizo milagros de expresividad, potencia –cantaba con el microfóno separado–, exuberancia, soltura, sensibilidad, pasión y agallas, evocando a Nina Simone. Fuimos privilegiados.

Todo el mundo hizo lo que debía. La sección rítmica dio potencia, el panista Cyrus apoyó el trabajo de la guitarra sin entrometerse, y Malone se mostró primero elegante y siempre ortodoxo.

Y en el bis, para mandar al respetable a casa con buen sabor de boca, hicieron Moanin, de Mingus, rememorando a Sarah Vaughan: un brillante final para un concierto de los que no se olvidan fácilmente. Jazz eterno.