Entre letras

La verdad de las palabras

El murciano Alberto Chessa firma una intensa y extensa reflexión sobre la palabra en su nuevo poemario

Alberto Chessa

Alberto Chessa

Javier Díez de Revenga

Un nuevo poemario de Alberto Chessa (Murcia, 1976), Palabras para luego, acaba de publicar en Madrid Huerga y Fierro Editores en su colección Signos. Estimulante encuentro con un poeta de raza que trae en las páginas de este nuevo libro una intensa y extensa reflexión sobre la palabra, ese elemento que a todo ser humano, y más si es filólogo de formación como es el caso de Alberto, obsesiona constantemente, pero de una forma acentuada cuanto ante el papel va surgiendo la magia del poema. Defensa de la palabra por encima de todo frente a los excesos del presente, pero sobre todo reivindicación de la palabra verdadera frente a los manipuladores de turno que ahora más que nunca tergiversan la realidad, la disfrazan y la enmascaran. Más que pobreza, el lenguaje de hoy respira engaño y falacia, y ese elemento, que tortura a los buenos hablantes, a las personas que defienden la autenticidad, puede llegar a convertirse a través de la poesía en una bandera de combate impagable. Esa es la impresión que sentirá el lector cuando se enfrente a este libro amplio y espléndido, de poemas extensos y dilatados, acompasados con maestría singular, junto a algunos poemas en prosa y escasos pero bien inspirados poemas de apenas unos versos.

Combinación de realidades poemáticas que concede a este libro una amena variedad y una seducción verbal permanente. Por eso no puede extrañar que aparezca el legendario emperador de los vestidos que nos legó la Edad Media, ni los dioses que inventamos, porque lo que se está reivindicando en este libro es el sano ejercicio de la madurez intelectual que es capaz de enredar con la memoria y el olvido y jugar una y otra vez con las palabras y su significado y su sentido. El olvido, magníficamente evocado en un poema singular, Tan callando, manriqueña sugerencia para mostrar al lector cómo se pasa la vida, evocada en un anafórico y obsesivo «ya no recuerdo» que confirma la excelencia de un texto excepcional.

Por eso es tan estimulante descubrir al poeta en el mundo que le rodea, advirtiendo con él, a su alrededor, los seres que pueblan la vida urbana y el cotidiano paisaje reiterado jornada tras jornada, esas vidas anónimas que le incitan imparablemente a reflexionar sobre la vida y su trascurrir, sobre el tiempo y una vez más sobre los recuerdos y el olvido. Son las sutilezas de la vida y del tiempo trascurrido, porque advierte el poeta que, aunque todo se ha transformado, el mundo sigue igual, y recuerdos lejanos conforman cuánto hay de permanencia y cuánto hay de evolución. Surgen, con las personas, los nombres, que tanto obsesionaron a algunos poetas del siglo pasado, los nombres más que las palabras, porque ellos contienen los olvidos que llegan a angustiar a este poeta hacedor imparable de palabras para luego.

Y comparece el mundo, el día y la noche, la penumbra y la oscuridad, el misterio y las lágrimas, y resplandece una luna intensa que es reflexión de eternidad sobre el tiempo. Surge además el gran símbolo, el que quizá es el más inquietante cuando se reflexiona sobre tiempo, la memoria, el olvido, la madurez y la edad: el espejo, reiterado objeto en este poemario, aquí representado como rival en la lucha, amigo y enemigo trascendiendo vida y reflejando lo inevitable: el trascurso de los días y las trasformaciones de la naturaleza, de la propia identidad y de la mismísima imagen propia.

Y, por supuesto, surge la poesía, naturalmente hecha con palabras. Un poema antológico, Se ofrece poeta, la revela y la descubre: «No sé plantar un árbol. / No sé prender un fuego. / Jamás me hablé con las estrellas. / Apenas si comprendo el mar. / No hay oficio del hombre que domine ni tarea que ejerza con maestría. / Estos versos son mi única contribución al mundo. / El mismo mundo que a la vez los riega y los abrasa».

Es la autopoética de Alberto Chessa, que confía plenamente en el poder del poema para trasformar la realidad y defender la autenticidad de un mundo limpio y honesto basado en la palabra sincera. Muchas más sensaciones pueblan este libro intenso, donde no falta el amor, con sus horas, sus semillas, sus frutos y su cosecha, siempre hacia arriba, a través de las asperezas, hacia la luz del relámpago. Y con el silencio y el olvido, el destino y la estrella, la lluvia, y palabras, palabras, palabras, para concluir con un extenso y magistral poema, titulado tan solo Fragmento, con el que corona la obra intensa que constituye este poemario, repleto de Palabras para luego.