Murcian@s de dinamita

Pedro Guerrero Ruiz: poesía a pie de vida y de calle

"Digo Pedro Guerrero y estoy diciendo amistad, nombrando la lealtad, y diciendo bonhomía, militancia, poesía, digo bromas y risas, y optimismo"

Pedro Guerrero.

Pedro Guerrero. / Alfonso Durán

Pascual Vera

Pascual Vera

Pedro Guerrero Ruiz es expresión polisémica. Digo Pedro Guerrero y estoy diciendo amistad, nombrando la lealtad, y diciendo bonhomía, militancia, poesía, digo bromas y risas, y optimismo. Y digo Pueblo y digo Pedro. Y digo entrega. Entrega a los suyos, a muchos, a todos esos que han tenido la suerte de cruzarse en su camino en alguna ocasión de esos casi 80 años que tiene y confiesa. Porque Pedro no abandona a sus amigos. Si eres amigo de Pedro lo eres para los próximos cien años. O más, si tenéis, él y tú, la suerte de vivir un siglo desde ahora.

Pedro fue activista político, comprometido cuando el compromiso era solamente para valientes y para convencidos.

Lo recuerdo en 1990, habiendo ganado un premio literario por su magnífica obra Blanquizares de Lébor, invitándonos a varios amigos, exultante. Pero no por el premio, sino por poder tener una excusa para tomar unas cervezas en compañía: «¿Para qué sirven los premios sino es para celebrarlo con amigos?», y lo recuerdo tomando una servilleta y escribir sobre la marcha (copa de cerveza en ristre y sonrisa en la comisura de los labios) un poema aprovechando el momento. Que luego se me escapa, decía.

Y lo recuerdo años antes, en los 80, acudiendo a la redacción de la revista Campus a entregar su colaboración mensual como responsable de la sección de Literatura. Sus escritos sobre Alberti, sobre Rabal, sobre Eliodoro Puche, sobre José Agustín Goytisolo, Ángel González, Caballero Bonald, García Montero, José Sacristán… que me descubrían (entonces era un chaval que tenía casi todo por descubrir) aspectos insólitos de las figuras artísticas y literarias, aspectos cercanos, detalles que él había vivido con muchos de los grandes, que narraba con naturalidad, solo por el placer de compartir aquellas informaciones de sus amigos con otros amigos, en una cadena de amistad y vida que a Pedro le encantaba.

La generosidad de Pedro llega tan lejos que es capaz de prestarte a esos amigos para que puedas disfrutar también de ellos cuando intuye que te hace ilusión, como fue el caso de Paco Rabal, o de Alberti… o con tantos otros, para este cronista.

Pedro decide publicar un libro de poemas y se lo prologa Gabriel Celaya, aunque ese prólogo hubo de esperar en el cajón a la muerte del dictador: «Mas hoy, ¡qué difícil ser poeta, /qué dura profesión de nada! /Me sacaría los ojos/por una sola línea de esperanza», dedicaba al poeta Celaya en aquella obra que escribió con 26 años y que inauguraría ya para siempre un destino unido en indisoluble tirabuzón llamado a transitar la vida unidos: Pedro Guerrero y su poesía.

Locutor, militante, político, maestro y profesor inspirador, poeta… Se acercó a la literatura a través de aquellos tebeos que su hermano le pasaba, y aquellas tristes historias para niños, como él las califica, casi 70 años después, Vidas ejemplares en las que con frecuencia los protagonistas eran pasto de una muerte violenta o devorados por los leones.

Pero Pedro pronto voló alto literariamente hablando: leyó a los poetas franceses, y al lorquino bohemio Eliodoro Puche. Leyó a los simbolistas franceses, y a Henry Miller, y a Blas de Otero, y a Ángel González, y a Valle Inclán, y a Baudelaire y a Neruda, y a Lorca, y a Jorge Guillén. Y aquel joven fue configurando un estilo y unas ideas que acabaron por ser absolutamente únicas e intransferibles, una poesía a pie de vida y de calle, que fue presentada en la facultad de Educación, la suya y la mía, de la Universidad de Murcia, rodeado de amigos que intentaron explicar el estilo y la personalidad de un ser irrepetible.