Entre Letras

Ajuste de cuentas

María Asunción Mateo

María Asunción Mateo / Francisco Javier Díez de Revenga

Francisco Javier Díez de Revenga

María Asunción Mateo (Valencia, 1944), la viuda de Rafael Alberti, acaba de publicar, en Córdoba (Berenice), el libro Mi vida con Alberti. Para algo llegaste, Altair, unas memorias que podemos considerar una confesión general y un acto de liberación propia, tras muchos años de silencio. Se refiere la autora a un consejo que le dio su agente literario, la célebre Carmen Balcells: «Di que tú no escribes libros de viudas». Pero el tiempo ha trascurrido y son muchos los años que le distancian del momento de la muerte de Alberti el 28 de octubre de 1999, por lo que ha decidido cambiar de opinión y escribir un emotivo y apasionado relato en el que se recopila toda su historia con Rafael Alberti y toda su verdad. Son confesiones personales con un inevitable tono de confidencia y con mucho de descubrimientos, revelaciones y sorpresas. En total, casi trescientas cincuenta páginas que recopilan su historia y su aventura personal con el poeta partiendo del momento exacto en que lo conoció, en un recordado homenaje a Antonio Machado en Baeza, en un lejano 10 de abril de 1983. Y justifica su cambio de opinión y la decisión de ponerse a escribir casi cuarenta años después de aquel 1983, ya en junio de 2022, cuando al ordenar su biblioteca reapareció una nutrida y voluminosa carpeta repleta de recuerdos muy personales de su relación con el poeta, con cartas, fotografías, dibujos, muchas notas personales, algunas domésticas, todas olvidadas e inéditas.

A través de ellas y de otros muchos recuerdos particulares, Mateo reconstruye una historia sólida y documentada, detallista en fechas, encuentros y desencuentros, que también los hubo, y poco a poco van apareciendo los disgustos, los menosprecios y las malas interpretaciones, que van ilustrando los avatares de una vida en común, que, por lo que María Asunción cuenta, fue magnífica y duró hasta el final, en la más absoluta ancianidad de Rafael Alberti y hasta su muerte. Se detallan los encuentros, las viviendas compartidas en la clandestinidad y se nombran los testigos pertinentes de toda la aventura hasta llegar a la estabilidad, tras la boda con Rafael, en secreto y ante la absoluta sorpresa de familiares, amigos y conocidos, en el verano de 1990.

Muy interesante es recordar que María Asunción es la musa de los últimos poemarios amorosos de Alberti, convertida en la mítica Altair, hasta llegar, tras el accidente del poeta, un aciago 18 de julio de 1987, a lo que Mateo denomina «un preámbulo ya del aquelarre continuado que me han brindado desde entonces», una serie de familiares y los propios jóvenes amigos de aquellos años (protagonistas del capítulo Las ciegas constelaciones) que desafortunadamente han pasado a la historia como los «viudos de Alberti», como ella los denomina, recogiendo este apodo (hace muchos años consolidado y popular) en numerosas ocasiones en el libro, donde quedan identificados: Benjamín Prado, Luis García Montero, Luis Muñoz y algunos más, junto a la connivencia continuada del diario El País: «Veintidós años después siguen manifestando su incurable resentimiento y odio hacia mí en diferentes actos públicos». Un ajuste de cuentas sin paliativos.

Pero, afortunadamente, el libro de María Asunción va mucho más allá y está nutrido de muchísima información pertinente y reveladora, con testimonios inéditos sobre la amistad y el favor de Dámaso Alonso, Pepín Bello o el editor Jacobo Muchnick, el viaje a Cuba (con Fidel Castro y Dulce María Loynaz), la fructífera relación con Gonzalo Santonja, el apoyo de Gabriel Celaya y Ampartxu, de Félix Grande y Paca Aguirre, y los encuentros estupendos con Rosa Chacel, Marcos Ana, Mario Benedetti, José Saramago, o el viaje a Chile... Personalmente, he de recordar que asistí en dos ocasiones a los encuentros que la Fundación Rafael Alberti organizaba, dirigidos por Santonja, en los veranos en el Puerto de Santa María, en el centenario de Gerardo Diego (1996) y en la conmemoración milenaria del El Cid (1999), cuyo destierro había inspirado poemas del exilio de Rafael Alberti, que estuvo presente en los actos. Fueron años de mucha actividad y relaciones muy complejas. Y las conmemoraciones del centenario de Rafael, ya en 2003 se vieron ensombrecidas, en algunos casos, por los enfrentamientos a los que se ha aludido. Los que participábamos requeridos por ambos bandos procurábamos imprimir sensatez y objetividad a la solemnidad que merecía la conmemoración y el poeta. Si lo conseguimos, no lo sé. Pero la historia se escribe con muchos renglones, alguno de ellos torcidos, y el mundo sigue su marcha y la vida continúa. Y lo que sí que es objetivo e indiscutible es que Rafael Alberti era un poeta inmenso. Y eso es lo trascendente, por encima de todo.

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