Historia

Murcianos sometidos por el Tercer Reich

Casi cuatro centenares de personas naturales de la Región fueron internadas en los campos de concentración nazis entre 1940 y 1945. Ahora el Archivo General se propone rescatarlas del olvido con un libro que detalla sus historias de vida y las condiciones de su cautiverio

Alambrada y barracones del campo de concentración de Mauthausen.

Alambrada y barracones del campo de concentración de Mauthausen. / MHC

Ángel Monserrate, de Jumilla; Francisco González, de La Unión; Pedro Román, de Yecla; Victoriano García, de San Javier... Así hasta 396 personas de 36 localidades murcianas, que se conozca, sufrieron en carne propia el sistema de represión del Tercer Reich. Deportados a los campos de concentración nazis entre 1940 y 1945, la muerte se cebó con 241 de ellos. El resto sobrevivió para contarlo, aunque con secuelas físicas y psicológicas hasta el fin de sus días. Episodio de la historia regional relativamente desconocido por el grueso de la población, ahora el Archivo General publica las casi cuatrocientas biografías de quienes padecieron las veleidades de un continente en guerra.

El director de la institución, Javier Castillo, quien firma la obra de 467 páginas Deportados murcianos en campos de concentración nazis, un estudio social y biográfico junto a la doctora en Historia por la Universidad de Murcia (UMU) Fuensanta Escudero, define como «detectivesca» la labor de investigación que ha sido necesaria para arrojar luz sobre el olvido de estas víctimas con unas trayectorias personales marcadas por su compromiso con la II República durante la Guerra Civil Española. Para conocerlas, se debió recurrir a familiares y bucear en archivos de diferentes países. «En Francia llamamos a muchas puertas», precisa Castillo. Y es que el país galo fue el principio y el fin del calvario de muchos de los paisanos reseñados. 

Fuensanta Escudero y Javier Castillo presentaron el pasado jueves 15 de febrero los libros 'Deportados'  y 'Murcianos bajo el Tercer Reich'

Fuensanta Escudero y Javier Castillo presentando 'Deportados' y 'Murcianos bajo el Tercer Reich'. / Francisco Peñaranda

No en vano, entre enero y febrero de 1939, más de 400.000 españoles cruzaron la frontera ante el advenimiento del régimen franquista. Entre ellos murcianos de origen humilde que ya se hallaban en Cataluña tras la batalla del Ebro o porque hicieron de dicha autonomía su hogar escapando de la crisis de la minería que azotó la Región en la década de los veinte. Quienes tenían contactos o dinero pudieron exiliarse a Hispanoamérica. Y los que aún se encontraban en Murcia, huyeron por mar al norte de África.

Los civiles y soldados republicanos que cruzaron los Pirineos fueron hacinados en campos de refugiados sin equipamiento alguno, como el de Argelès-sur-Mer. A los hombres, el Gobierno francés les brindó tres opciones: regresar a España, servir en la Legión o en la Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE) para construir infraestructuras como la Línea Maginot. Una vez se hizo efectiva la ocupación nazi de Francia, fueron encerrados en campos de prisioneros (Stalag), donde «más o menos se respetaba la Convención de Ginebra», explica Escudero. 

En verano de 1940, la Gestapo identificó a los «rojos españoles» y comenzó a deportarlos en trenes a los campos de concentración de las SS. «No sabían donde iban, y cuando llegaron a su destino se encontraron con una máquina de matar desde el minuto uno: maltrato, vejaciones, hambre, explotación, clima extremo...», relata la doctora. Los murcianos fueron enviados a una decena de campos; en concreto, 336 a Mauthausen.

La Región fue la cuarta provincia en número de deportados a nivel nacional. Y su perfil tipo, según esbozan Castillo y Escudero, era un varón de unos 25 años con experiencia como operario en el sector secundario; oriundo de Cartagena, La Unión o Mazarrón; afiliado al PC o a la CNT y combatiente republicano. No pocos pasaron por el Fronstalag 140 y el Stalag XI-B antes de ser trasladados a Mauthausen en enero de 1941, falleciendo en el subcampo de Gusen, «el cementerio de españoles», en noviembre de dicho año. «Aquel otoño-invierno fue muy duro», recalca el director del Archivo de la Región, quien cuenta que los prisioneros eran usados en las canteras de Mauthausen y Gusen en condiciones precarias, padeciendo la violencia continuada de sus captores. «En Mauthausen, al terminar su jornada, eran obligados a subir con hasta 50 kilos de granito por la famosa ‘escalera de la muerte’», continúa. Si no morían extenuados o por las enfermedades, lo hacían en la cámara de gas, por las palizas o disparos de los guardias. Algunos se suicidaron arrojándose a las alambradas electrificadas, otros fueron obligados a ello.

A partir de 1943, las SS emplearon a un gran número de estos prisioneros para excavar túneles o en la industria de guerra. Y en los últimos momentos del Tercer Reich se intentó hacerlos desaparecer en las «marchas de la muerte». Finalmente, el 5 de mayo de 1945 soldados de EEUU liberaron Mauthausen.

La mayoría de murcianos supervivientes volvió a Francia para establecerse y comenzar una nueva vida ya con el estatus de refugiado político, pues temían represalias de regresar a la España de Franco. Algunos no visitarían su país hasta1969, después de que se aprobara el Decreto Ley de Indulto.

«Queremos reivindicar el ejemplo de dignidad y de lucha por la libertad de los deportados murcianos», afirma Castillo. Y adelanta que el Archivo General no desea limitarse al libro ni a Deportados, la muestra organizada por la entidad en la capital del Segura, en 2021, junto a #StolenMemory de los Arolsen Archives. Los planes de futuro, señala Castillo, pasan por hacer una base de datos abierta; un repositorio de imágenes en línea para mantener la memoria de las 396 víctimas de la Región «si desde Arolsen nos permiten difundir su material», concluye.

De izquierda a derecha: Julio Aláver-Castellanos, Juan Aznar, Andrés Munuera y Braulia Cánovas.

De izquierda a derecha: Julio Alávez-Castellanos, Juan Aznar, Andrés Munuera y Braulia Cánovas. / Archivo Gral. de la Región

Víctimas de la barbarie nazi

Julio Álvarez-Castellanos, aviador republicano y ferviente antifascista. Ricote (1914). Docente afiliado al PSOE y UGT, al estallar la Guerra Civil se convirtió en aviador del ejército republicano. En febrero de 1939 atravesó los Pirineos y se enroló en la Legión Extranjera. Combatió a las tropas del Eje en el norte de África. Fue capturado por los camisas negras y trasladado en octubre de 1943 a Dachau. Liberado en 1945 por los Aliados, vivió hasta 2015 en Francia.

Juan Aznar, el penúltimo superviviente español del horror. La Almudema, Caravaca de la Cruz (1918). Combatió en el frente de Aragón de la Guerra Civil Española y cruzó a Francia en 1939. Tras la invasión nazi del país galo, ingresó en Mauthausen en diciembre de 1941, donde fue recibido con 75 latigazos. Escapó de sus captores en 1945, durante una «marcha de la muerte». Falleció en 2020, siendo el penúltimo superviviente español y último murciano del terror nazi.

Andrés Munuera, poeta y maestro fallecido en el subcampo de Gusen. El Esparragal, Puerto Lumbreras (1912). Poeta y militante del PCE, fue maestro en Buitrago de Lozoya (Madrid). Al estallar el conflicto civil impartió clases en la Escuela Popular de Guerra número dos de Lorca. Exiliado en Francia tras el conflicto, llegó a Mauthausen desde el Stalag VII-A el 6 de agosto de 1940, en el primer tren de prisioneros españoles. El 25 de diciembre de 1941 murió en Gusen.

Braulia Cánovas, nombre en clave ‘Monique’ y Oficial de la Legión de Honor. La Costera, Alhama de Murcia (1920). Su familia emigró primero a Cataluña y luego a Francia. Ligada a la CNT, a partir de 1942 comenzó a colaborar con la Resistencia. En 1943 fue detenida por la Gestapo y en 1944 trasladada al campo de concentración de Ravensbrück. Fue liberada por los británicos en 1945. Nombrada Oficial de la Legión de Honor por la República Francesa, murió en 1993.

Apátridas y españoles

Unas sandalias, un gorro y un traje de rayas insuficientes para soportar el clima centroeuropeo es lo que recibían los deportados al ingresar en los campos tras ser despojados de sus pertenencias, afeitados y duchados. El uniforme de los españoles, además del número de matrícula que debían memorizar en alemán, llevaba cosido una ese en un triángulo rojo o azul, dependiendo de si eran presos políticos o apátridas. Los republicanos fueron incluidos en esta última categoría.

Mauthausen, un exterminio a través del trabajo forzado

Castillo identifica dos clases de campos de concentración: los de «exterminio» como Auschwitz-Birkenau, situados en su mayoría en la actual Polonia y donde se enviaba «directamente» a las cámaras de gas a judíos, soviéticos, gitanos, masones, homosexuales, indigentes o testigos de Jehová; o los de «liquidación mediante el desempeño» como Mauthausen-Gusen. La mayoría de españoles fueron enviados a estos para ser explotados hasta la muerte. Cuando caían enfermos o agotaban sus fuerzas para los trabajos forzados, la ejecución era la única respuesta de la maquinaria nazi. En dichas circunstancias fueron gaseados al menos 25 murcianos en Hartheim, uno de los lugares que llevaron a la práctica las teorías alemanas de eugenesia e «higiene racial» con el programa secreto Aktion T4, de esterilización y eutanasia de discapacitados físicos e intelectuales.