Opinión | Mamá está que se sale
Almas de casa
Si bien la revolución laboral de la mujer ha abierto todos los trabajos a todas las personas, sin duda la otra cara de esa revolución ha sido la aportación de nuestra visión femenina al mundo laboral. Nuestra capacidad de ver no solo con los ojos
Cuando dejé la infancia y empecé a estudiar con seriedad, la esperanza de acceder a un trabajo flotaba a la misma altura que el temor a no encontrarlo. No era por capricho, sin trabajo no eras nadie.
Más adelante, ya siendo madre, la lucha entonces era por no perder el tren laboral. Quedarte sin trabajo suponía perder tu fuente de ingresos y, además, tu identidad. Porque trabajar es también desempeñar un papel en la sociedad.
Como las tareas domésticas han sido tradicionalmente femeninas, la paulatina incorporación de la mujer al mercado laboral ha traído también la degradación de esas labores. Como quedarse en el banquillo, o tener un trabajo de segunda clase.
Y eso que atender a tu familia es la clásica tarea que, desde fuera, parece muy simple, pero que es una misión imposible si lo quieres atender todo al mismo tiempo.
Ríete, sí. Pero tener todo lo necesario para todo el mundo, y que cada cosa esté a su hora y en su sitio, te digo que es inabarcable. Bueno, yo que me dedicaba casi en exclusiva a atender a mis hijitos, lo bauticé como ‘la mili doméstica’, no te digo más. Peor que cavar una zanja. Al menos la zanja se ve.
Y si bien la revolución laboral de la mujer ha abierto todos los trabajos a todas las personas, sin duda la otra cara de esa revolución ha sido la aportación de nuestra visión femenina al mundo laboral. Nuestra capacidad de ver no solo con los ojos.
Sin embargo, nos queda una tarea pendiente, y es la de dignificar las tareas domésticas. No son el rincón de pensar de quien no trabaja. Precisamente, ese modo nuestro de ver no solo a través de los ojos, hacen que el trabajo doméstico no se limite a pasar el pañito o mover el tomatito.
Dulce González (q.e.p.d.), de Lorca, decía que no había que llamarles amas de casa, sino ‘Almas de casa’. No puedo estar más de acuerdo. El alma de casa son las personas que cuidan de todos los que están en ella, quienes esperan y reciben a cada uno, quienes saben lo que le ocurre a todos. Saben las alegrías y las preocupaciones de cada momento. Y son el clavo del abanico que mantiene a todos unidos. Diplomacia internacional, según sea la familia. Si no lo crees, prueba a sacar el clavo.
Por eso te digo que el alma de la casa no solo limpia o cocina. El alma de casa enseña a caminar, a soñar y a vivir, aunque no andemos sus caminos, ni soñemos sus sueños, ni vivamos sus vidas.
Incluso cuando cada uno hemos formado nuestro hogar, y ahora seamos nosotros el alma, quien fue el alma de tu casa sigue estando, porque en cada camino, en cada sueño y en cada vida, permanece en la huella del camino enseñado.
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