Opinión | Cartagena D.F.

Una ciudad para todos

Aunque jugamos a la hipocresía de abogar por lo diverso, nuestra apuesta real se encamina más hacia la discriminación del contrario, hacia el rechazo de lo distinto

Todos somos incapaces de algo, tenemos limitaciones que nos impiden hacer tal o cual cosa, carecemos de recursos para superar ciertos obstáculos y nos enfrentamos, prácticamente a diario, a dificultades diversas, que no siempre son externas, pueden surgir de dentro, por apatía, por simple y pura pereza o por miedo. Nunca lograremos que todos seamos capaces de hacerlo todo, que todos sepamos y podamos hacer de todo y que nuestras barreras desaparezcan por completo, porque son tantas y tan variadas con las que nos podemos tropezar.

A lo que sí tenemos derecho todos es a que el mundo en el que vivimos se construya pensando en todos, pero, desgraciadamente, hay dos factores determinantes que se imponen a la hora de decidir cómo se hacen las cosas. El primero es el poderoso caballero don dinero, motor del mundo para muchos y verdadero causante de las mil y una guerras que en la historia han sido y serán, camufladas habitualmente bajo el paraguas de supuestas ideologías o disputas territoriales, siempre absurdas y egoístas. Quizá esa pudiera ser la mejor forma de calificar a nuestra especie: absurda y egoísta.

El segundo factor preponderante a la hora de adoptar decisiones es la homogeneidad, considerar que existe un perfil correcto o idóneo del ser humano, carente de defectos y limitaciones, cuando, como ya hemos dicho, todos tenemos de lo uno y de lo otro. Y no me refiero únicamente a los rasgos o características por las que nuestra sociedad se permite tildar a una persona de discapacitada, como pueden ser carencias cognitivas, de movilidad o sensoriales, sino a otros mucho más comunes que se salen del estereotipo autoimpuesto por la dictadura social de la inexistente perfección. Si estás muy gordo o muy delgado, te puedes quedar fuera del tallaje de la inmensa mayoría de las marcas de ropa, por no hablar de las dificultades para hacerse una prueba médica. Si eres muy bajo o muy alto, también tendrás dificultades con las medidas estándar de puertas o ventanas, entre muchas otras. O si eres muy feo o muy... bueno, aquí lo dejaremos solo en los feos, porque la condición de guapo suele ser un factor a favor. Vivimos en un mundo cada día más globalizado en el que las distancias se acortan por momentos, que defiende la diversidad y en el que las diferencias entre los países y las ciudades van desapareciendo paso a paso. El mundo, al menos en su parte occidental, es cada vez más uniforme y uniformado y, aunque jugamos a la hipocresía de abogar por lo diverso, nuestra apuesta real se encamina más hacia la discriminación del contrario, hacia el rechazo de lo distinto y hacia la ignorancia y la indiferencia ante quien nos necesita.

Que a día de hoy aún haya que pelear para que las aceras y lugares de paso en edificios e instalaciones públicas y privadas sean lo suficientemente anchas para que pueda pasar una silla de ruedas; que haya que suplicar que retiren los obstáculos con los que se puedan encontrar quienes necesitan caminar con un andador; que haya que reclamar que se subtitulen películas o programas de televisión para que puedan disfrutar plenamente de ellos los sordos; que tengamos que pedir el uso de un lenguaje sencillo y entendible en trámites imprescindibles en los que parece que el objetivo es precisamente que no los entienda nadie; o que haya que reclamar que todos los semáforos sean sonoros para que puedan cruzar sin riesgo a ser atropellados las personas con discapacidad visual es fruto, muchas veces, de la incompetencia, la desidia y la falta de implicación y sensibilidad de muchos. Y siempre de la manida excusa de falta de recursos, que solo demuestra nuestra absoluta incapacidad para ponernos en el lugar que ahora ocupan unos, pero que, en el futuro, tal vez nos encontremos nosotros o nuestros seres más queridos. Solo pensando así, mediante el esfuerzo continuo y continuado por empatizar con los demás, podremos soñar con tratar de construir un mundo para todos, conscientes de que siempre nos toparemos con barreras, pero con la tranquilidad de que nosotros tratamos de no ponerlas.

Afortunadamente, vivo en la ciudad que acaba de ser galardonada con el Premio Nacional de Discapacidad ‘Reina Letizia’ por su proyecto ‘Cartagena inclusiva’, gracias a su trabajo para avanzar hacia una accesibilidad universal que quizá sea una utopía, pero que debemos perseguir. Una ciudad que tiene la suerte de contar con personas maravillosas, como las del equipo de la Unidad de Discapacidad, que se esfuerzan por implicar en sus metas para eliminar barreras a todos los departamentos municipales, apoyados en un ‘ejército’ de colectivos que batallan día a día por ese mundo de todos y para todos.

Enhorabuena a todos por este gran premio. Toca celebrarlo, pero evitemos que la autocomplacencia se convierta en otra barrera. 

Aún queda mucho por andar y por tropezar.

Suscríbete para seguir leyendo