Opinión | Mamá está que se sale

A hombros de gigantes

Imposible enseñarles a mis hijas, ni en mil charlas ni en mil paseos, el poder destructivo de las dictaduras morales, lo absurdo de conservar las apariencias a cualquier precio y los machismos que aún perduran

Un momento de 'La Casa de Bernarda Alba' de Sanzol.

Un momento de 'La Casa de Bernarda Alba' de Sanzol. / L.O.

Yo quise siempre ser una madre. A veces hago como que ha venido la cosa sola, para disimular y no parecer una loca, pero era mi deseo desde siempre. Probablemente, sea lo que más nos une al Hombre de los Números y a mí: nuestra idea común de tener hijos, de ser padres. Aunque bueno, pregúntale, igual él dice otra cosa.

Lo cierto es que, en el mundo del egoísmo, soy muy consciente de lo suicida que suena decir que tu ilusión sea enseñarles, cuidarles, limpiarles (pocos pañales he cambiado, madre mía), pasar tiempo con ellos… Se lo digo a ellos muchas veces, y aunque le escuché lo mismo a una influencer, no se lo he copiado a nadie: A mí me salía natural decirles «¡me encanta ser vuestra madre!», y eso que creo que he sacrificado toda mi vida, tal y como era antes de que ellos hicieran acto de presencia en ella. Bueno, queda alguna amiga que acude cuando la llamo. El resto del paisaje (y del armario, y las costumbres…) ha cambiado por completo. Pero nada ni nadie me baja de aquí.

Así que, aunque ellos se han hecho más mayores, y sorprendentemente han vuelto, solas, algunas de las costumbres de antes de ser madre, como si la marea las hubiera devuelto a la orilla, sigo buscando de forma instintiva cosas que hacer con ellos, consejos que darles, cosas que enseñarles. En esas estaba cuando supe que representaban La casa de Bernarda Alba en el Romea.

Hacía mil años que no la había visto ni leído, y aunque me sonaba que era un ‘obrón’, conforme se acercaba la fecha me entraban dos dudas. Una era si sería posible ir las tres al teatro (era plan de chicas) sin que nadie lo impidiera. La otra duda era si no me estaría confundiendo y nos íbamos a tragar un bodrio. Vete tú a saber si era una interpretación libre de la agrupación no sé qué. De punta se me pusieron los pelos cuando se levantó el telón y empezó a sonar una música.

Pero la obra no nos defraudó a ninguna. Creo que no llegamos ni a apoyarnos en el respaldo de la butaca. Tal y como nos sentamos al principio, cayó el telón final y el Romea se caía abajo de aplausos.

Nada como subir a hombros de un gigante para poder ver más allá. Imposible enseñarles a mis hijas, ni en mil charlas ni en mil paseos, el poder destructivo de las dictaduras morales, lo absurdo de conservar las apariencias a cualquier precio, los machismos que aún perduran y mil cosas más que no me da tiempo a contarte. 

Toda la voluntad que pongas se queda pequeña a la hora de hacer ver las grandes verdades de la humanidad. Solo se ven subidos a hombros de gigantes. Me alegro de habérselo enseñado.

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