Opinión | Dulce jueves

Cinco días de abril

Leí El brazo de Pollak, de Hans von Trotha, en los cinco días de abril en los que se desarrollaba esa otra novela, que empezaba con una carta que, leída con la mirada de Pollak, resultaba un canto a la falsedad

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el pasado lunes 29 de abril, durante su comparerencia en la Moncloa.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el pasado lunes 29 de abril, durante su comparerencia en la Moncloa. / Moncloa

El lunes les pregunté a los alumnos si se sentían expectantes, angustiados, ansiosos... El sentir general era de indiferencia. En cierto modo me tranquilizó verlos concentrados en sus cosas. A la salida de clase, a las once en punto, me senté en un banco del campus y sintonicé en el móvil la señal en directo de RTVE, donde una cámara fija mostraba el atril vacío a la entrada de la Moncloa. Es decir, que yo también caí en el engaño. Me sentía expectante, como en la víspera de algo importante, quizá histórico. La razón me decía que no iba a pasar nada. 

El domingo hicimos la última apuesta. Un amigo esperaba «una audacia a la altura de este vodevil, o sea, cualquier cosa menos quedarse, y chimpún». La mía era: no dimite, agradece el cariño, se sacrifica por España, y chimpún. Y, sin embargo, quedaba la duda de si esta vez sería distinto, pues había introducido un elemento nuevo en el juego: la intimidad, lo más valioso de una persona.

En la novela El brazo de Pollak, de Hans von Trotha, se cuenta la historia de Ludwig Pollak, estudioso del arte, arqueólogo, coleccionista, anticuario y marchante, que pasó a la historia por ser quien descubrió e identificó en unas ruinas el brazo que le faltaba a la figura del Laocoonte. Era admirado en todo el mundo por su don para reconocer y restituir obras de arte. Él decía que para hacer su trabajo, que en realidad era una vocación y un arte, se necesitaba algo que muy pocos tienen, un olfato especial: el sentido de lo auténtico y de lo falso. Un talento para reconocer lo valioso y detectar la tara que a los demás se les pasa por alto. Una mirada virtuosa para ver dónde encaja cada pieza. 

Leí esta novela en los cinco días de abril en los que se desarrollaba esa otra novela, que empezaba con una carta que, leída con la mirada de Pollak, resultaba un canto a la falsedad. De repente, el país se veía enredado en un carrusel de odios, miedos, amenazas, partido en dos como si se hubiera levantado la tapa de una olla de estupidez y locura.

En medio de esta exaltación de pasiones insanas, que se parece mucho al chantaje emocional, creo que hay dos tipos de personas a quienes les ha gustado esta película. Los muy ingenuos y los muy cínicos. Los que, aquejados del trastorno de personalidad autoritaria, aman de verdad al líder y cantaban «sin ti la democracia duele». Y los que odian de verdad a los enemigos, con un odio genuino que justifica cualquier estrategia con tal de detener lo que llaman ‘golpismo mediático-judicial-fascista’, sin importar que ese enemigo no exista.

Es posible que los jóvenes indiferentes de los cinco días de abril, habitantes nativos de la posverdad, sean quienes posean el talento para distinguir lo auténtico de lo falso. Quizá sean ellos quienes más preparados están para mantenerse a salvo de las falsas amenazas y los miedos falsos, para saber cuándo el fango forma parte de los efectos especiales. Pero no solo ellos podían verlo, también los más veteranos. Tengo un amigo, de izquierdas, pero de la izquierda ilustrada y racional, lúcido y emocionalmente insobornable, que lo argumentaba de mil maneras estos días para llegar a una conclusión que el mismo Pollak, experto en evaluar las cosas en la historia, corroboraría: «La carta es una mierda».

Suscríbete para seguir leyendo